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Ni Trump ni Peña parecen darse cuenta de que la “crisis humanitaria” no se resuelve con mayor control de las fronteras

Entre los temas que Peña Nieto y Donald Trump discutieron el jueves pasado en la Ciudad de México, durante la intempestiva e inexplicable visita del candidato republicano al país que lleva meses injuriando, estuvo el rol de ambas naciones frente a la actual crisis humanitaria de los miles de migrantes y refugiados centroamericanos que cruzan México y llegan a EE UU. La cuestión es que ni Trump (de quien se espera poco en el terreno de la empatía) ni Peña (de quien se espera poco en el de la esfera de la soberanía) parecen darse cuenta de que dicha “crisis humanitaria” no se resuelve con mayor control de las fronteras, impidiendo el paso a gente que está buscando asilo político.

Cuando hablaron de la crisis, lo hicieron en el contexto del trasiego de armas y drogas ilegales a través de la frontera México-EE UU. Así, parecía que colocaban “migrante centroamericano” en la misma categoría que “armas y drogas ilegales”. La reciente oleada de migración centroamericana a EE UU no es una oleada de “ilegales” (de hecho, no existe la gente “ilegal”), sino de personas indocumentadas que se entregan a la migra en la frontera, para pedir asilo político en EE UU.

Trump y Peña Nieto, en su encuentro en México, se mostraron a sí mismos como aliados en la tarea de combatir aquella “crisis humanitaria”. El cinismo con que ambos repitieron las palabras “crisis humanitaria” para referirse no a la violación sistemática de derechos humanos de refugiados centroamericanos, sino a combatir la ola de emigración per se, pasó básicamente inadvertido. Los medios se concentraron —con buenas razones, claro— en la ofensa que había implicado para nosotros la visita de Trump. Pero, chapoteando en el charco de nuestro nacionalismo vulnerado, no se nos ocurrió mirar hacia nuestra frontera al sur y pensar en el mensaje que México le mandaba a Centroamérica.

El talón de Aquiles de los gobernantes de México siempre ha sido pensar que están más cerca de EE UU y más lejos de Centroamérica. Poseídos por la embriagadora (y siempre efímera) ilusión de la “relación bilateral” con EE UU, no detectan a tiempo que el papel histórico que se nos sigue asignando es el de mercenario o el de “patio trasero”. Nuestro papel, pareció indicar Peña Nieto la semana pasada, es custodiar las fronteras para que no lleguen hasta el río Bravo los centroamericanos. En su discurso en Arizona unas horas después de su visita, Trump dijo: “México va a pagar el muro”, y precisó: “Todavía no lo saben, pero van a pagar ellos”. Tal vez tenga razón, a la manera de los locos que luego resultan proféticos. Vamos a pagar el muro porque ya somos el muro.

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