Más allá de la polémica y los detalles sobre la visita de Donald Trump a México, lo más importante es que queden claros y se defiendan los intereses de nuestra nación y los derechos de los mexicanos. Todos debemos ir unidos en este sentido, al margen de las diferencias que puedan existir.
En la visión del sector empresarial, los mexicanos compartimos la disposición de fortalecer una relación tan estratégica como la que tenemos con nuestros vecinos: por mucho, la más importante y compleja. De la misma forma, coincidimos en la condena enérgica a las expresiones discriminatorias contra nuestra gente, como las que se han emitido en las campañas electorales por la presidencia de Estados Unidos, en particular por parte del señor Donald Trump.
Es inaceptable que se fomente el racismo, la xenofobia y los prejuicios como instrumentos de manipulación política. Va en contra de los principios de respeto mutuo, dignidad de las personas y los altos valores democráticos sostenidos por Estados Unidos y por México.
De la misma forma, es irresponsable y condenable promover la división, tanto con muros físicos como con barreras de incomprensión, ante las realidades, las necesidades y las circunstancias de la relación bilateral más diversa e intensa para ambos países.
Basta recordar que compartimos una frontera de más de 3 mil kilómetros por donde cruzan más de un millón de personas al día; asimismo, que en Estados Unidos viven 34.6 millones de personas de origen mexicano, y en nuestro país, más de dos millones de estadounidenses.
Rechazamos los intentos de revertir décadas de esfuerzos para lograr una estrecha interacción entre ambos países, signada por el respeto, la cooperación y la prosperidad compartida. Esta disposición ha trascendido generaciones, gobiernos, partidos políticos y crisis económicas.
Estados Unidos y México somos socios, amigos y compartimos lazos, no sólo económicos, también históricos, culturales y familiares, que enriquecen a nuestras sociedades. La fortaleza y madurez de nuestra relación es irreversible, y continuará más allá de las administraciones, de los cambios de funcionarios y de las posiciones políticas.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) es producto de esta evolución. Es una herramienta que ha contribuido enormemente al desarrollo tanto de México como de Estados Unidos y enormemente al desarrollo tanto de México como de Estados Unidos y Canadá. De ahí la convicción de que no sólo hay que defenderlo, sino fortalecerlo y llevarlo a un nivel superior, tendiente a la integración productiva. La forma de modernizarlo y adaptarlo a los nuevos tiempos es a través de la puesta en marcha del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés).
En dos décadas, el TLCAN ha sido sumamente benéfico para nuestra región. La apertura comercial y el proceso de integración regional han permitido a México posicionarse como una plataforma logística y de producción relevante a nivel mundial, así como un actor fundamental dentro de la generación de Cadenas Globales de Valor. Para nuestros vecinos, los resultados han sido igualmente favorables.
Desde 1994, el comercio entre los tres socios se cuadruplicó, alcanzando más de un trillón de dólares en 2015, y de éste, más de 532 mil millones corresponden al intercambio entre México y Estados Unidos.
México es el segundo destino de exportación de Estados Unidos, más grande que los de China y Japón juntos, y el primero para California, Arizona, Nuevo México y Texas. Cada día, alrededor de mil 500 millones de dólares en bienes se mueven a lo largo de nuestra frontera norte. Seis millones de empleos en Estados Unidos dependen de esta relación, y millones de nuestros connacionales viven, producen y generan derrama económica en EU, beneficiando también a México a través de las remesas.
No es casual que empresarios mexicanos y estadounidense nos reunamos dos veces al año, en el US-Mexico CEO Dialogue, para ponernos de acuerdo en cuanto a estrategias y propuestas de política pública para fortalecer la competitividad de la región, facilitando el comercio, la inversión y la generación de empleos, y que compartamos una visión de largo plazo para la cooperación regional. Los empresarios mexicanos y estadounidenses construimos puentes: no queremos muros.
Estamos convencidos de que sólo la apertura, la colaboración y el trabajo conjunto permitirán el crecimiento de la región, el aumento de su competitividad y un mayor bienestar de las familias de los tres países. Lo contrario será dañino para todos. La necesidad de que al vecino le vaya bien es mutua. No se trata de discutir quién se lleva el mayor beneficio, sino de ir juntos para competir en el mundo, aprovechando las fortalezas de cada uno.
La apuesta, entonces, tiene que ser la complementariedad, la sociedad estratégica, pero siempre en el marco del respeto a nuestros ciudadanos, nuestra dignidad y nuestra soberanía.
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