EN LA RETÓRICA RACISTA de Donald Trump ocupa un lugar especial la construcción de un muro en la frontera entre México y Estados Unidos, el cual, dice, comenzaría a erigir desde el primer día de su hipotético arribo a la Casa Blanca y que se erguiría a lo largo de 1,989 millas, o sea unos 3,182 kilómetros de costa a costa. A ojos vista sería una obra faraónica que, según el candidato republicano, tendría un costo de US$8 mil millones, pero que expertos estiman que se podría elevar más allá de los US$20 mil millones, sin contar el mantenimiento ni el personal de vigilancia. Para el magnate inmobiliario eso no sería problema porque, asegura, ese costo lo pagará México, a cuyo presidente, Enrique Peña Nieto, dejó mal parado la semana pasada cuando este no pudo articular un discurso coherente como el que estilaba el PRI en los tiempos que tenía una actitud contestataria frente al imperio.
AHORA BIEN, ¿ES FACTIBLE construir un muro de esa dimensión en la frontera sur? Damià S. Bonmatí publicó en la página de Univisión una nota en la cual señala varias dificultades para llevar a cabo esa fenomenal barrera. Entre los obstáculos de carácter natural está el hecho de que la mayor parte de la frontera entre EE. UU. y México no es tierra, sino agua. El río Grande o Bravo separa a ambos países a lo largo de 1,254 millas (unos 2,000 km), una extensión como la que existe entre la ciudad de México y la ciudad de Guatemala. ¿Cómo construir esa inmensa pared sobre el agua? En la actualidad existe un muro de unas 100 millas de extensión que fue construido a varias millas de distancia del agua, en territorio estadounidense. ¿México tendría que pagar por una obra en pleno territorio gringo? Bonmatí también refiere que grandes extensiones fronterizas en Texas son propiedad privada y hay ranchos a los cuales no les conviene un muro que limite las comunicaciones. En caso se construyera por ahí la enorme barda, el gobierno federal tendría que expropiar e indemnizar a los propietarios.
PERO NO SOLO ESTÁ EL RÍO BRAVO, en la zona limítrofe hay una topografía accidentada que va desde montañas escarpadas, desiertos y profundos cañones, lo cual dificultaría la construcción y elevaría los costos a niveles insospechados. ¿Cómo evitar que los migrantes puedan colarse por el cañón o el desierto? ¿Cuánto costaría el mantenimiento y la vigilancia? Pero hay otro problema: en algunas áreas donde se han construido bardas fronterizas, esas barreras han causado inundaciones al impedir que el agua fluya después de las fuertes tormentas. El periodista de Univisión señala que el muro también implicaría dividir la fauna fronteriza, como en el sur de Arizona, donde dividiría el hábitat de jaguares y otros animales.
TRUMP AFRONTARÍA el rechazo de la población que vive en las cercanías de la frontera. Una encuesta de varios medios efectuada en abril pasado señaló que el 72 por ciento de los estadounidenses no quiere un muro en sus comunidades, además de que afectaría territorios indígenas. Bonmatí refiere que la tribu Tohono O’Odham vive a ambos lados de la frontera y un muro partiría a familias que tienen parientes en Arizona y Nogales. Durante siglos, los miembros de la tribu se han movido entre el norte y el sur para llevar a sus hijos a la escuela, ir al médico o visitar a un familiar, y la obra de Trump destruiría el tejido familiar y social. A lo anterior se agregaría el alto costo en muertes porque se sabe muy bien que nada ni nadie detendrá el flujo de migrantes, quienes de una u otra forma tratarían de burlar esa inmensa e inservible obra si se llegara a construir.
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