Hillary’s Moderation Wards Off Trump’s Ghost

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Hillary Clinton aprovechó el primero de los tres debates electorales programados antes de las elecciones del próximo 8 de noviembre para reforzar su imagen de mujer de Estado y presentarse como la única alternativa razonable para alcanzar la presidencia de EEUU. Todos los expertos y los analistas coinciden en que la candidata demócrata fue muy superior a su rival republicano, un auténtico animal televisivo, que acudió a una de las citas políticas más trascendentes de la campaña sin un guión previo y confiando sólo en su capacidad de improvisación, su particular telegenia y sus altas cotas de popularidad.

Porque pese a la negativa opinión que gran parte de la población estadounidense tiene de Donald Trump, lo cierto es que el millonario empresario logró convertirse contra todo pronóstico en el candidato republicano y a poco más de 40 días de las elecciones las encuestas le dan una intención de voto muy similar a la de Clinton.

En este sentido, la ex secretaria de Estado no sólo debía desmontar argumentalmente las propuestas xenófobas, racistas, misóginas y populistas de Trump, sino que tuvo que combatir a un candidato en el que confían irracionalmente ciudadanos desencantados políticamente y trabajadores empobrecidos con la crisis económica que quieren escuchar soluciones rápidas y fáciles, como las propone Trump, a problemas que son muy complejos. Por eso, en un debate sin demasiada tensión y en el que se quedaron en el tintero algunos de los problemas más acuciantes para los americanos, Clinton se esforzó por atacar la imagen de Trump como empresario de éxito, recriminándole que haya hecho su fortuna gracias a no pagar impuestos, algo de lo que el republicano se enorgullece. También, lo presentó como un candidato sin la templanza necesaria para tomar decisiones con repercusiones a nivel mundial.

En el terreno de las propuestas, Hillary, una candidata que tampoco seduce a muchos demócratas, se mostró convincente, demostró superioridad y experiencia y exhibió solvencia en los temas, tanto los económicos como los de política exterior. Para ello, adoptó un tono de estadista con el que pretendía tranquilizar a los aliados norteamericanos sobre los compromisos de defensa y seguridad que comparten, mientras que Trump repitió su manida crítica a la acción exterior de EEUU y volvió a exigir a los países de la OTAN que aumenten sus dotaciones presupuestarias para mantener operativa la organización.

Además de recurrir a su eslogan preferido, “ley y orden”, Trump no aportó nada nuevo, pero dejó tranquilos a los republicanos porque no profirió ningún exabrupto ni se mostró especialmente engreído o despectivo con una rival a la que ha ninguneado públicamente cada vez que ha tenido oportunidad. En el tramo final de la campaña, lo que esperan de él sus potenciales electores es que no les dé ningún argumento para no votarle.

Es cierto que Hillary Clinton no despierta pasiones ni siquiera entre los suyos y que es una candidata con muchas carencias, pero las circunstancias políticas han querido que sobre ella recaiga la responsabilidad de frenar un fenómeno tan extendido como el populismo al que tampoco es ajeno la primera potencia del mundo.

Una victoria de Trump no sólo sería catastrófica para EEUU sino para todo el mundo. Por eso es de desear que la campaña se mantenga en estos términos. Aunque aún quedan dos debates más hasta las elecciones, da tranquilidad saber que en el primero de ellos la moderación y las propuestas razonables de Clinton se han impuesto a la demagogia populista de un candidato estrafalario.

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