Quienes siguieron el debate presidencial del pasado día lunes, – y en particular quienes favorecían a Hillary Clinton- respiraron tranquilos cuando el segmento referente a política exterior fue presentado. Fue ahí que Hillary Clinton amarró el partido, mostró la diferencia que hace ser poseedora del know how y ganó la pelea. Lo grave del caso, me parece, es sentirnos tranquilos cuando escuchamos el discurso de la anterior secretaria de Estado estadounidense porque, no debe olvidarse, que su política exterior es conservadora. La política exterior de Hillary Clinton es en republicanismo atenuado. Eso quiere decir, la continuidad en la política exterior para promover cambios de régimen, la continuación de la guerra contra el terrorismo y en esencia, mantener a EE. UU. como un actor más que determinante.
Los dos candidatos presidenciales son una representación congruente del conservadurismo estadounidense. Solo cambian las formas, pero los objetivos son los mismos. Sobre todo, repito, en materia de política exterior. La administración Obama ha sabido simplemente taimar al Leviatán jugando en la cancha de los foros internacionales o abriendo espacio para otros actores, pero al final del día, Estados Unidos sigue teniendo una presencia determinante en los conflictos internacionales.
Una posible administración del presidente Trump tendría escenarios interesantes que harían, sin lugar a duda, desquebrajar la influencia estadounidense. Esto en razón quizá, de lo insostenible de sus propuestas.
Si la administración Trump revive la estupidez del unilateralismo de la administración Bush Jr, lo primero que estaríamos presenciando es el reenvío de tropas militares a Irak y Afganistán. Tómese en cuenta que la administración Obama ha sido puntual en cumplir con el retiro de efectivos planteado por su antecesor pero el presidente Trump puede desconocer esa agenda. Ese escenario, incendiaría aún más las relaciones con los países árabes musulmanes y países no árabes musulmanes pero también, le daría a Trump su primer encontronazo con su propio sistema bicameral. No se olvide que el envío de tropas solo puede darse en el contexto de guerra y eso requiere el statutory authorization del Congreso. Aquí, la administración Trump tendría un primer desgaste. Y sus aliados en la región del Oriente Medio podrían voltear la espalda aislando a EE. UU. Lo quiera o no, EE. UU. requiere aliados en esa región.
En lo que respecta a la América Latina, es perfectamente imaginable un escenario donde la administración Trump deba realizar desplantes del tipo Reagan en Granada o Bush Sr. en Panamá para mostrar así, la hombría de su política exterior. Y ahí, el primer amolado es México. Perfectamente la administración Trump podría de facto militarizar la frontera. No es que la misma no lo esté, pero una cosa es que la guardia fronteriza tenga armas de tipo militar y otra muy diferente, que todos los puestos fronterizos estén en manos del ejército. Sería una medida populista, pero posible. Podemos pensar en el intento por desestabilizar de forma mucho más directa otros gobiernos latinoamericanos, regresando el tiempo a los años ochenta.
Todos estos escenarios, sin introducir la reacción de la administración Trump a un ataque terrorista en suelo estadounidense -similar al sucedido unas semanas atrás en NY- pondrían a EE. UU. en una situación insostenible, y muy compleja frente al resto del mundo. Transformándolo en una suerte de paria. Y quizá, solo así, se abre la posibilidad que Estados Unidos tenga que generar un cambio drástico si quiere sobrevivir del todo comprendiendo que no puede jugar a ser Imperio.
Así que votar por Trump no parece, al largo plazo, una muy mala idea.
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