Guerra cibernética
El dilema es qué medida de represalia debe tomar EE.UU. frente a los ciberataques rusos contra la campaña electoral de Hillary Clinton, evitando que esa acción escale hasta un conflicto mayor….
El mercurio (Chile)
Editorial
18 de octubre de 2016
Es inquietante el duro tono en que se están planteando las diferencias entre Estados Unidos y Rusia. A la directa amenaza del Vicepresidente de EE.UU. -sobre la posibilidad de responder a los ciberataques rusos contra la campaña electoral de Hillary Clinton-, el Kremlin señaló que tomará “todas las medidas necesarias para proteger nuestros intereses y evitar riesgos”, ya que el “mensaje” de Joe Biden “no tiene precedentes”. Este lenguaje parecía en desuso, y es muy inusual que se hagan estas advertencias a través de los medios, pero en la actual “guerra fría” entre las superpotencias este tono intimidatorio ya parece recurrente.
La guerra cibernética no es nueva, está en plena vigencia desde hace años, y se ha tornado en el campo de batalla del siglo XXI. Irrumpir en los sistemas computacionales del adversario o del competidor, aprovechando alguna vulnerabilidad, es ya una práctica conocida, ejercida por hackers de diversa índole. Plantar un virus, instalar un software que reprograme el sistema, robe información o cambie los códigos de acceso, es parte de esta guerra.
Esas actividades ilícitas no la desarrollan solo Rusia y Estados Unidos, sino también China, Israel y Corea del Norte. Los ataques que más resaltan han sido el de China contra EE.UU. en 2015, para espiar los datos de miles de funcionarios de gobierno; el sabotaje de Rusia, en enero de este año, contra el sistema eléctrico de Ucrania, que dejó a 225 mil personas sin energía (lo mismo había hecho contra Estonia en 2007); el de Israel, en 2010, contra una planta nuclear iraní, en el que se destruyeron unas mil centrífugas, y, en Europa, varias veces al mes se conocen ataques rusos de baja intensidad.
De lo que se está hablando hoy es de cómo “responder proporcionalmente” a la agresión contra los sistemas informáticos norteamericanos con la intención de influir en el proceso electoral. Biden no dijo cómo ni cuándo contestarían a la provocación rusa, pero sí que EE.UU. tiene la capacidad para hacerlo, y eso nadie lo duda. El Cibercomando de Estados Unidos, el ente coordinador de la estrategia cibernética, tiene 130 equipos de vigilancia alrededor del mundo que no solo “miran” qué hacen los potenciales adversarios y alertan del peligro, sino que también pueden “implantar” programas para sabotear redes.
El dilema es qué medida de represalia debe tomar EE.UU. para evitar que esa acción escale hasta un conflicto mayor. No hay una estrategia, un código o un protocolo establecidos para responder a este tipo de ataques, así como lo hay en el terreno de la guerra convencional. Responder a un acto de espionaje cibernético con una acción para bloquear todo el sistema eléctrico de Moscú, por ejemplo, es posible, pero parece inapropiado. Por lo demás, la otra parte tiene el potencial para hacer lo mismo. Irán no respondió el ataque de Israel porque hubiera implicado una guerra que no estaba dispuesto ni era capaz de enfrentar. EE.UU. se defendió del ataque de China haciendo públicos los nombres de los militares supuestamente responsables del hackeo ; eso bastó para que disminuyeran ostensiblemente las intrusiones.
En el contexto de una tensión creciente con Rusia, el Presidente Obama debe evaluar si hay una oportunidad de que su réplica sea ampliamente disuasiva o solo un gesto para responder a las expectativas creadas por tanta publicidad de un acto de espionaje político internacional que se suma a otros anteriores pero que no tuvieron el mismo impacto.
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