Trump as Opportunity

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Trump como oportunidad

Ni varios días en la apacible Medellín, ciudad desde donde escribo esta semana, han podido despejar el pesar que me significó la elección de Donald Trump como el Presidente de los Estados Unidos. Es que simplemente no lo vi venir. Nunca me imaginé que el pueblo norteamericano podría elegir a un candidato que durante la campaña denigró a los inmigrantes; ofendió a mujeres, latinos y negros; se burló de los discapacitados; mostró mínimo respeto por la diversidad religiosa; cuestionó a veteranos de guerra y a sus familias; alabó los liderazgos de Putin y Kim Jong-un; se entusiasmó ante el apoyo de David Duke (líder del Ku Klux Klan) y la lista sigue. Está bien, Hillary Clinton nunca fue la contrincante que se esperaba. También podemos convenir en que la crisis económica del 2008 significó un remezón mayor al documentado sobre la clase trabajadora norteamericana. ¿Pero Trump? ¿En serio? Como sea, la democracia me probó profundamente equivocado.

Pero a pesar de las buenas razones para estar decepcionado, me costó algo de tiempo entender el real origen de mi pesadumbre ante el resultado. La clave me la dio un colega en Colombia. Luego de escucharlo exponer respecto de las consecuencias económicas del inesperado rechazo democrático al acuerdo de paz con las FARC, me acerqué para preguntarle: en el plano personal, ¿cuánto te afectó el resultado? Su respuesta fue iluminadora: “Lo más complicado fue explicárselo a mis hijos”. Allí también la raíz de mi aflicción con Trump.

Me explico. Sucede que por meses el personaje fue tema de conversación de la familia. No solo dio material para poder explicar a los niños el significado del populismo y la demagogia, sino también se transformó en un efectivo ejemplo para discutir la importancia de que las sociedades realicen esfuerzos importantes para asegurar el respeto a la diversidad y la tolerancia, desterrando el racismo, sexismo y xenofobia. ¿Cómo explicar entonces a los críos que el mismísimo personaje terminará, ¡por decisión popular!, transformándose en el hombre más poderoso del planeta? ¿No significa el resultado un cuestionamiento al sistema democrático? Y si la mayoría de los norteamericanos no se complicó con sus exabruptos e insultos, ¿no será que nosotros, los padres, estábamos equivocados?

Es precisamente en la posibilidad de que los niños se hagan legítimamente estas preguntas que la elección de Trump debe ser vista como una oportunidad, más que como una amenaza. La decepción no puede callarnos. Ahora más que nunca es necesario continuar el diálogo familiar respecto de los principios básicos que sustentan las sociedades democráticas modernas. Discutir, por ejemplo, los pilares que han permitido que desde el retorno a la democracia Chile haya evitado la tentación del populismo y cómo existen señales de que el blindaje está cediendo (¿no escuchó las groserías de la presidenta de la CUT al ministro de Hacienda?). Así, aunque moleste, discutir lo que significa Trump es la mejor forma de evitar cualquier entusiasmo con su figura. No será fácil, pero hay que hacerlo.

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