Estimado comandante:
Yo pertenezco orgullosamente a una generación que, cuando ambos éramos jóvenes —nosotros y la Revolución Cubana—, marchó cantando con todo su entusiasmo e ingenuidad lo de “Cuba sí, yanquis no”; también aquello de “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él”, o lo de “Cuba qué linda es Cuba, quien te defiende te quiere más”. Recitábamos de memoria los versos del negro Guillén y las canciones de Carlos Puebla.
Ahora que usted les ha concedido el sueño tanto tiempo acariciado a los viejos exiliados de Miami, vale preguntarse cuál Cuba sí. Y cuáles yanquis no. Porque hay muchas Cubas y muchos yanquis. Desde la bebida con ron hasta los beisbolistas.
Sí a la Cuba que salió del más ominoso subdesarrollo y acabó con el analfabetismo en una campaña espectacular, mezcla de entusiasmo y coerción social. Sí a la Cuba que impulsó un excepcional sistema de atención médica de reconocimiento mundial. Sí a la Cuba que acabó con los muy ricos y los miserables, haciendo la pobreza más pareja, aunque conservara la burocracia de alto nivel en las posiciones —y las casas— de los ricos de antes.
No a la Cuba que propició la delación y el chivatazo de los Comités de Defensa de la Revolución, sistema de espionaje por barrio que daban la oportunidad de dirimir envidias y pleitos personales con el disfraz del deber patriótico. No a la Cuba que sustituyó la prostitución de antes por la prostitución de ahora, poniéndoles a las muchachas y muchachos el precio de unos pantalones jeans para los turistas —muchos mexicanos— con billetes de veinte dólares en el bolsillo. Una combinación ominosa que le llevó a usted a decir que las putas de Cuba eran las más preparadas del mundo. No a la Cuba que reprimió, hasta al paredón, a los disidentes, que acabó con toda posibilidad de expresión libre y que mandó al exilio a escritores tan brillantes como Reinaldo Arenas.
Con esa Cuba es con la que hay que acabar ahora que usted ya no está para estorbar con su enorme sombra de protagonista indudable de la historia moderna del mundo.
Yanquis no.
Pero yanquis sí. A aquellos como el de la novela de Burdick y Lederer hecha película en 1963 con Marlon Brando. Sí al yanqui ingenuo que trata de entender a las otras culturas y sociedades. No a la intolerancia racista y obtusa que pondrá su mano sobre una Biblia a mediados de enero próximo en la escalinata del capitolio en Washington. Esos yanquis no. Sin pretender que los problemas que nos hemos provocado nosotros mismos con nuestra inercia sean resueltos en el extranjero, esos yanquis no.
Extrañamente, estimado comandante, el ascenso suyo a la popularidad mundial y la admiración generalizada fue causada en mucho por la obcecada hostilidad de diez presidentes consecutivos de Estados Unidos que no podían soportar el agravio que una pequeña isla caribeña y sus barbudos le estaban infligiendo con su rebeldía y una nueva dependencia que casi ocasiona la guerra nuclear. Una hostilidad que abonó el terreno para la ineficiencia de su alta burocracia que ocasionaron el atraso económico de Cuba y los problemas para el consumo de las masas.
Es obvio que el señor Trump seguirá en el camino que esos diez presidentes le marcaron. Un obstáculo más para que podamos volver a decir con entusiasmo Cuba sí.
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