No morderse la lengua
El gran reto al que se enfrenta el periodismo actual es que por no dar determinadas informaciones se normalice lo que no es normal
Uno de los problemas profesionales más interesantes que van a tener que afrontar los periodistas que trabajan en Estados Unidos es cómo evitar que la información sobre el nuevo presidente, Donald Trump, termine “normalizando” su figura, su lenguaje y su papel político. Lograr que, por el contrario, Trump siga produciendo la extrañeza que merece, conseguir que el hecho de que ocupe físicamente, a partir de enero, la Casa Blanca no suprima sus rasgos anómalos o irracionales, sería, seguramente, el primer consejo que nos enviarían, desde el pasado, los periodistas que trabajaron en Europa en los años 30.
La lucha contra la “normalización” del presidente Trump, y de todo lo que supone su entorno, debería formar parte del compromiso intelectual de los medios de comunicación, no solo en EE UU, sino en todas partes, para impedir que nos acomodemos progresivamente a la anomalía que supone que alguien con semejante historial ocupe uno de los puestos de mayor responsabilidad del mundo. Cuando más se ignore o se banalice esa aberración, cuando más se instale la pereza mental y se deje pasar, sin critica ni oposición, uno solo de sus mensajes, una sola de sus decisiones racistas o irracionales, más estaremos permitiendo el deterioro de todo aquello que, precisamente, ha representado Estados Unidos para la libertad de expresión y la democracia. No estaremos mostrando respeto por el presidente de EE UU, sino negligencia y descuido profesional.
El mayor peligro lo suponen los llamados “deslizamientos semánticos”. Los medios de comunicación, por lo menos los europeos, nos hemos tragado ya todas las trampas posibles del lenguaje con respecto a los inmigrantes y los refugiados: dejamos de denunciar “contratos ilegales de trabajo” para hablar de “trabajadores ilegales” y las personas en riesgo de ahogarse dejaron de ser “náufragos” para pasar a ser “inmigrantes sin papeles”. Ahora corremos el riesgo de empezar a “deslizar” el lenguaje para describir la nueva realidad estadounidense y hacerla menos implacable.
De hecho, ya está sucediendo en el mundo de las finanzas. Si se toma como termómetro a los mercados financieros, se podría pensar que aquí no ha pasado nada. Ni el famoso referéndum británico del Brexit, ni la elección de Trump, ni los 10 meses con gobierno en funciones en España, ni la salida de Matteo Renzi del gobierno italiano, nada ha provocado la temida reacción del mundo financiero. Desde el punto de vista económico, todo parece perfectamente asumible, todo está dentro de la normalidad, seguramente porque no temen que nada de esto afecte a sus intereses. Para los mercados, el pánico y el colapso llegan cuando rompen su propia mesa del casino y creen que sus entramados pueden ser objeto de nuevas regulaciones. Entonces, disparan en todas direcciones y dan la impresión de volverse locos. Trump parece entrar para ellos, por el contrario, en la pura normalidad.
Conviene que los periodistas recuerden lo contrario y que peleen claramente contra esa corriente. Como explicó recientemente el marido de la diputada Jo Cox, asesinada durante la campaña del Brexit por un ultranacionalista británico, “la historia nos demuestra lo rápido que se normaliza el odio. Lo que empieza por un morderse la lengua por connivencia política o por delicadeza social, pronto se convierte en complicidad con algo mucho peor. Antes de que uno se dé cuenta, ya es demasiado tarde”.
Christiane Amanpour, de la CNN, habló hace pocos días ante el Comité para la Protección de Periodistas, en Nueva York, para pedir a sus colegas que no se muerdan la lengua a la hora de impedir que se normalice lo que no es normal. Seguramente, deben ser ellos quienes abran el camino, pero el control para evitar el deslizamiento de nuestro propio lenguaje es también tarea nuestra.
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