Obama’s World

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Si existe un legado de Barack Obama en política exterior (que en el caso de un presidente de Estados Unidos, significa un legado mundial) es el de un mundo convulsionado y violento. Bien hechas las sumas y las restas, no cabe duda que Obama deja hoy un mundo mucho más violento del que encontró cuando en 2009 llegó a la Casa Blanca.

Obama rápidamente se hizo acreedor al Nobel de la Paz por la nada desdeñable virtud de no ser George W. Bush. Después de ocho años de las políticas beligerantes de Washington, el unilateralismo, las “guerras preventivas” y el ninguneo hasta de la ONU, el espíritu conciliador del nuevo presidente, sus promesas de poner fin a las guerras del texano, su gran carisma, su lucidez intelectual y su extraordinaria capacidad oratoria, entusiasmaron al mundo. La paz mundial era finalmente un sueño posible. Y el Nobel fue una especie de entrega contra reembolso, un cheque en blanco para devolver a cambio la paz al planeta.

No fue así. Obama pudo acabar con la guerra en Irak, como había prometido, y reducir significativamente la intervención en Afganistán. Pero se embarcó en una improbable “primavera árabe” que lo llevó primero a una brutal intervención en Libia y luego a una prolongada intervención indirecta en Siria, que se extendió por más de cinco años. Esos dos conflictos crearon el descomunal desastre humanitario que el mundo padece hoy, con 60 millones de desplazados, más de 20 millones de refugiados empujando las fronteras de una Europa desbordada y el terrorismo fuera de control azotando todas las capitales desde el Levante hasta Las Azores. El mandatario norteamericano pretendió en su segundo período impulsar lo que se dio en llamar “la doctrina Obama”; según él mismo, una pretensa combinación de multilateralidad, cooperación internacional y combate al terrorismo. Aquí la elección de palabras es importante: con “multilateralidad” Obama quiso marcar una clara distancia con el unilateralismo de los años de Bush, lo mismo que con lo de “cooperación” internacional. La doctrina Obama no dejaría afuera a sus aliados europeos, ni se enfrentaría con potencias como Francia, como había sucedido con “la doctrina de la guerra preventiva” que habían pergeñado los halcones del texano, los neoconservadores, dispuestos a prevalecer en el mundo militarmente; en particular, en Medio Oriente, con su alianza con Arabia Saudita y las demás monarquías del Golfo.

Mantuvo su cerrado apoyo a las estrategias de la CIA en Medio Oriente y a la comunidad de Inteligencia.

Esa era la fraseología. En los hechos, empero, la doctrina Obama no se diferenció mucho de la de la guerra preventiva. Mantuvo su alianza con el infausto reino de Arabia Saudita, inagotable promotor y financista del terrorismo salafista que acabó instaurando el Califato del Estado Islámico. Mantuvo la funesta idea del “cambio de régimen”, con lo que derrocarían (y derrocaron) regímenes desafectos a las políticas de Washington para instalar en su lugar gobiernos adictos. Mantuvo su cerrado apoyo a las estrategias de la CIA en Medio Oriente, a la comunidad de inteligencia y a los halcones que operan en diversos departamentos, para armar y financiar extremistas y terroristas que peleaban contra el régimen de Bashar al Assad en Siria bajo la pátina improbable de “rebeldes moderados”, muchos de los cuales pasaron a engrosar las filas del Estado Islámico con armas y bagajes. Y lo peor: según declara el propio secretario de Estado, John Kerry, en un audio recientemente filtrado a los medios, pretendieron en forma descabellada y absolutamente vesánica valerse del crecimiento del ISIS para forzar a Assad a negociar, mientras alimentaban a los terroristas que mantenían el asedio sobre la ciudad de Aleppo.

Todas políticas injustificables de la Administración Obama. Por lo demás, no logró, como pretendía, detener el avance de China en el Pacífico, ni ganarle mercados al gigante asiático en esa zona del mundo. La política conocida como “pivote de Asia” no consiguió una mayor influencia de Washington en la región, y la Alianza Transpacífico navega aún en ultramar a la deriva. Tampoco pudo frenar el expansionismo ruso, y perdió con Vladímir Putin en Crimea, en Siria, en el este de Ucrania y en otros países de Europa Oriental donde el líder ruso pudo abrir brechas para su gas, su petróleo y sobre todo, para su influencia política.

Obama quiso marcar una clara distancia con el unilateralismo de los años de Bush.

A raíz de su prevalencia y superioridad en Siria, Rusia pudo a su vez establecer un eje en Medio Oriente Teherán-Bagdad-Damasco-Moscú, que –por inoperancia de Washington y por la estrategia de los cerebros de la CIA de apoyar el golpe contra el presidente turco Erdogan a mediados de año– terminó incluyendo a Ankara.

Obama se quedó en cambio con Riad y los demás reinos del Golfo, su influencia muy diezmada, ya que el pacto nuclear con Irán hizo poco y nada para desafiliar a Teherán de la columna de Moscú. Y lo impensable: hasta el principal y tradicional aliado de Estados Unidos en la región, Israel, terminó dialogando directamente con Moscú y con el entonces candidato Donald Trump, receloso de la ambigua postura del gobierno Obama sobre la llamada “solución de los dos Estados” promovida en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde hace unos días Washington se abstuvo de vetar una condena contra Israel por los asentamientos en territorios ocupados.

Si acaso, su único logro en política exterior haya sido el restablecimiento de relaciones con Cuba.

Si acaso, el único logro de Obama en política exterior haya sido el restablecimiento de las relaciones con Cuba. Pero hasta eso tambalea ahora ante lo que pueda hacer el presidente electo Trump una vez que asuma. Aunque es probable que el magnate solo busque mayores concesiones del régimen cubano y así apurar un poco los tiempos para llevar finalmente las libertades a la isla, que es el propósito primordial detrás de toda la idea del deshielo con Cuba.

Obama deja muy bonitos discursos sobre la política internacional, sobre la democracia y el humanismo; pero no siempre practicó con bien este último.

Y el mundo que deja no es ciertamente ni más demócrata, ni más seguro, ni más humano.

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