The cancellation of Mexican President Enrique Peña Nieto’s visit to the U.S., initially scheduled for Jan. 28, is the only logical response to the aggression President Trump is demonstrating against Nieto’s country and people, who have been systematically accused of being thieves and criminals.
Many believed Trump's electoral rhetoric would fade into the background once he entered the White House and, as occurs in politics, a new process would begin of a compromise between campaign promises and the limits reality imposes on government actions.
Some of them, like Peña Nieto, ignored the numerous signs that Trump was not a normal candidate and instead chose to pursue a kind and pacifying vision. That’s what he did, to his demerit, when he met with then-candidate Trump at his official Los Pinos residence in August in an incomprehensible and unfortunate visit that did not achieve his intended goal of getting Trump to give up or explain his intentions.
It has taken not even a week since the inauguration of the new U.S. president to confirm Trump's desire to immediately and staggeringly put into action the core of his promises related to what is euphemistically called immigration and border control, but which actually protects a racist, xenophobic agenda, of which Mexico is the first victim.
The construction of a wall that completely separates Mexico and the United States, in addition to the expectation that Mexicans will pay for it, the threat of punitive taxes on Mexican exports, the pressure on U.S. companies to divest from Mexico and the threat of deportations of Mexican citizens settled in the U.S., constitute total aggression against Mexico.
Trump has begun his presidency by saying he wants to commit to making America great again. Many times he has humiliated his weaker, poorer neighbors and threatened them with a series of actions that, without a doubt, would cause great difficulties for Mexicans.
Fortunately, Mexicans are not alone. The mayors of many important U.S. cities, supported by millions of good Americans, have expressed their intention to not take part in the politics of Trump's deportations, even if it means being deprived of federal funding.
Even if it wanted to, Mexico would not be able to defend itself against Trump's aggression, the dynamic path of which is marked by the worst political and corporate bullying. Why then is there no loud, clear voice from, above all, Europe and the Ibero-American community in defense of Mexico? Because, if those regional meetings and summits that unite us with Mexico aren't useful for clear solidarity with this country, we must ask ourselves, what are they good for?
La cancelación por parte del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, de su visita a Estados Unidos, inicialmente prevista para el próximo martes, es la única respuesta lógica ante la agresividad que el presidente Trump viene manifestando contra su país y sus gentes, a los que ha acusado en repetidas ocasiones de ladrones y criminales.
Muchos sostuvieron que la retórica electoral de Trump pasaría a un segundo plano una vez conquistada la Casa Blanca, inaugurándose entonces, como suele ocurrir en política, un proceso de ajuste entre las promesas de campaña y las limitaciones impuestas por la realidad a la acción de gobierno. Algunos de los que pensaban eso, como el propio Peña Nieto, ignoraron las abundantes señales de que Trump no era un candidato normal y prefirieron optar por una visión benigna y apaciguadora. Es lo que hizo el presidente mexicano pese a haberse reunido en su residencia oficial en Los Pinos en agosto pasado con el entonces candidato Trump en una incomprensible y desafortunada visita que no logró su aparente objetivo de lograr que este desistiera o matizara sus propósitos.
No ha hecho falta ni una semana tras su toma de posesión para que se confirme la voluntad de Trump de poner en marcha de forma inmediata y en su más pasmosa literalidad el núcleo duro de sus promesas relacionadas con lo que eufemísticamente se denomina control de la inmigración y las fronteras y que en realidad ampara una agenda racista y xenófoba de la cual México está siendo su primera víctima.
La construcción de un muro que separe totalmente México de EE UU, que además pretende hacer pagar a los mexicanos; la amenaza de instauración de aranceles punitivos a sus exportaciones; las presiones a las empresas estadounidenses para que desinviertan en México; o las amenazas de deportaciones de ciudadanos mexicanos afincados en EE UU, son medidas que, juntas, constituyen una agresión en toda regla a México.
Trump ha comenzado una presidencia que dice querer dedicar a restaurar la grandeza de su país, humillando repetidas veces a su vecino, más débil y más pobre, y amenazándole con una serie de acciones que sin duda provocarán grandes dificultades a los mexicanos.
Afortunadamente, los ciudadanos de México no están solos en esta difícil situación. Los alcaldes de las ciudades más importantes de EE UU, secundados por millones de estadounidenses de bien, han manifestado su intención de no colaborar con la política de deportaciones de Trump, incluso si ello significa ser privados de fondos federales.
Aunque quiera, México no podrá defenderse solo de la agresividad de un Trump cuya trayectoria vital está marcada por el peor matonismo político y empresarial. Por eso falta una voz alta y clara en defensa de México por parte tanto de Europa como, sobre todo, de la comunidad iberoamericana de naciones. Porque si todos esos foros regionales y sistema de cumbres que nos unen a México no sirven para hacer patente la solidaridad con ese país, cabe preguntarse entonces para qué sirven.
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[I]n the same area where these great beasts live, someone had the primitive and perverse idea to build a prison ... for immigrants in the United States without documentation.