The US Will Have Less Influence

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Del dicho al hecho. La propuesta de presupuesto para 2018 presentada por la Casa Blanca refleja con nitidez el cambio de política que pretende imponer Donald Trump y sus promesas de campaña. Con él, el nuevo presidente traslada un mensaje amenazador y profundamente equivocado hacia el interior y el exterior.

Todas las partidas se recortan, con excepción de las que corresponden a Defensa —que sube el 10% en aplicación del principio “queremos comenzar a ganar guerras otra vez” formulado por el propio Trump—, Seguridad Nacional, con un aumento del 7%, como corresponde a un presidente obsesionado con la seguridad interior, y las ayudas a los veteranos, que crecen el 6%. El resto de partidas han sido sometidas a un ejercicio de devastación: el gasto en educación se recorta el 14%, el de sanidad el 16%, el de trabajo el 21%, la cooperación al desarrollo un 29% y la Agencia de Medio Ambiente queda al borde de la anulación con un recorte del 31%.

El análisis económico del presupuesto confirma el mal diagnóstico. Produce perplejidad que una economía con tasas de crecimiento en el entorno del 3% recorte el gasto público en el 1,2% respecto a 2017. Manifiesta un retraimiento cuyos objetivos son desactivar la protección social (más allá incluso del desmantelamiento del Obamacare, que dejará sin seguro sanitario a 24 millones de personas) y reducir el Estado a las tareas de gendarme interior y exterior. Ante este presupuesto, los votantes harían bien en inquietarse por la coherencia del Plan de Inversión en Infraestructuras que propone Trump; más concretamente, por quién lo financiará y por quién se beneficiará del él. Porque ante todo estamos ante un presupuesto profundamente antisocial y dominado por una ideología reaccionaria.

El documento deja claro qué Estados Unidos quiere Trump para sus ciudadanos: recluidos entre sus fronteras, con una protección social irrisoria, obcecados por la seguridad y preparados para afrontar conflictos bélicos potenciales. El nuevo presidente está cometiendo un error de magnitud histórica. Si lo que pretende, como anuncia cada día con su retórica simple, es aumentar el poder de EE UU (America first), el peor camino para conseguirlo es retirar al país de los organismos multilaterales, alejarlo de la negociación con sus aliados, renegar de la solidaridad energética con el resto del mundo y sumirlo en la regresión proteccionista, destruir la ayuda exterior y potenciar la amenaza bélica. Estamos ante el mensaje propio de quien pretende encerrarse en un búnker e identifica el resto del mundo como un escenario hostil.

Si el llamado poder blando se basa en el intento de atraer a los demás a las posiciones de uno, el poder duro consiste en la imposición de los intereses propios y el sometimiento de los demás. Dice el artífice del presupuesto, Mike Mulvaney, que se trata de “un presupuesto de poder duro, no blando” y que el mensaje que quiere enviar a sus aliados y adversarios es que EE UU tiene un Gobierno fuerte y poderoso. Gran equivocación porque Trump va a ser fuerte pero no influyente en el mundo. Todo lo contrario: gastará más y estará más aislado.

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