Lo dejó escrito Hegel: «la historia es el esfuerzo del espíritu para conseguir la libertad». El filósofo alemán creía que la Razón era el motor del progreso y que, por ello, el mundo avanzaba hacia una superación de las contradicciones que nos llevaría a una sociedad en la que el Estado permitiría a los individuos su máximo nivel de autorrealización.Si abrimos los ojos y miramos a nuestro alrededor, podemos constatar el gran error de Hegel ya que el Estado ha claudicado de sus obligaciones frente a los mercados y los ciudadanos están a merced de fuerzas irracionales que no controlan y que generan efectos destructivos.Los ideales de la Ilustración que Hegel veía como la encarnación de lo Absoluto se han derrumbado y nada queda del legado de la Revolución Francesa, de la que heredamos un modelo de Estado que ha entrado en una profunda crisis.Hasta hace muy poco, valores como la libertad, la igualdad y la fraternidad significaban algo. Pero hoy estos conceptos han perdido su sentido en un universo de identidades donde lo que se impone es la pertenencia a una tribu, sea religiosa, política o étnica.El éxito de los populismos y los nacionalismos pasa por fomentar los sentimientos identitarios que dividen y catalogan a las personas tras la renuncia a defender la noción de un Estado en el que todos seamos iguales ante la ley al margen de la condición particular de cada ciudadano.Donde quiera que miremos, sea en EEUU o en Europa, lo individual se impone sobre lo colectivo, la parte sobre el todo, el género sobre lo universal, la identidad sobre la igualdad. El mundo se ha fragmentado en miles de causas que enfrentan a los hombres y los empequeñecen frente a las grandes utopías que movilizaban a las sucesivas generaciones.El Leviatán de Hobbes encarnaba el poder absoluto que aplasta al individuo. Pero el Estado contemporáneo, atrapado por lo políticamente correcto, se ha desintegrado al ponerse al servicio de unas identidades que no ven más allá de sí mismas.Todo esto no es una teoría abstracta ni un discurso para un debate académico sino que es la triste conclusión que podemos extraer de un entorno dominado por la demagogia y el populismo, que nos conducen a mirarnos al ombligo y a responsabilizar a los otros de los males de los que somos responsables.Los hombres han luchado a lo largo de la historia por ideales y causas que merecían la pena. Pero ahora se afanan en conquistar la nimiedad y la banalidad que reivindican unos líderes de tercera división, que dicen a la gente lo que quiere escuchar.Lo peor de Trump no es que sea un mentiroso, es que es un cretino. Su éxito es proporcional a las tonterías que salen de su boca. Pero su discurso funciona porque los principios que han sustentado el ejercicio de la política tradicional se han derrumbado. Las utopías ya no significan nada, el lenguaje está contaminado, la retórica sirve a la manipulación, el espectáculo ha desplazado a la esperanza.Las ideas de Dios, Revolución o Nación tenían grandeza. Uno podía morir por alguna de esas causas. Pero ahora se pelea por un selfie o por cinco minutos de popularidad. La realidad es volátil y cambiante, es líquida, como decía Bauman. Nos importa más que nos arreglen la acera de nuestra casa que el drama de los refugiados que huyen de Siria. A fuerza de mirar al suelo, hemos perdido el hábito de contemplar el cielo. Hegel se equivocaba: la historia no progresa hacia la racionalidad sino hacia la nada.
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