Cambio climático: líderes y anti-líderes
Si hay un país del que nadie esperaba que llegara un gobierno a desmantelar lo que había hecho el gobierno anterior, era Estados Unidos. Es por ello que la orden ejecutiva presidencial que el presidente Trump firmó la semana pasada bajo la consigna de “promover la independencia energética y el crecimiento económico” no dejó a nadie indiferente.
A pesar de que los empleos actuales en la industria de las energías renovables en los Estados Unidos, según datos oficiales, superan a los de la industria petrolera; que según la propia Environmental Protection Agency (EPA), desde sus inicios en 1992 el programa Energy Star ha generado ahorros estimados en 430 mil millones de dólares en la cuenta de la luz a los consumidores y evitado 2.700 millones de toneladas de emisiones de gases de efecto invernadero; y que más de 23 estados y gobiernos locales -entre los que se encuentra California y Nueva York- han declarado que defenderán en la corte el Clean Power Plan; Trump ha decidido no sólo recortar fuertemente el presupuesto de la EPA y con ello varios de sus programas, sino además eliminar el Clean Power Plan.
La orden presidencial instruye la revisión de toda la normativa que “pueda representar una carga potencial para el desarrollo o uso de recursos energéticos producidos en el país, con especial atención al petróleo, gas natural, carbón y recursos de energía nuclear” y revoca todas las instrucciones y normativas orientadas a hacer frente al cambio climático; entre ellas el uso del precio social del carbono en el diseño de políticas. En otras palabras, desandar el camino que le había permitido al país del norte reducir su participación en las emisiones mundiales de CO2 de 24% en 1990 a 16% en 2015 y eliminar de un plumazo el Clean Power Plan, todo lo cual lo había posicionado como el líder en el combate contra el cambio climático en el concierto internacional.
Si bien los analistas coinciden en que tomará años revisar y retirar toda la normativa relativa al cambio climático, y que además la tarea tendrá importantes desafíos legales, incluyendo las dificultades para la EPA de Trump de justificar económica y científicamente conclusiones opuestas a las que defendió en la era de Obama, no hay duda que el liderazgo de los Estados Unidos en el combate contra el cambio climático ha quedado atrás.
Sin embargo, pareciera que el resto del mundo camina en otra dirección: según información del Institute for Energy Economics and Finantial Analysis, IEEFA, en 2015 la energía renovable fue responsable aproximadamente del 90% de la nueva generación de energía a nivel global; el costo de las tecnologías llamadas limpias se ha reducido entre 40% (eólica) y 90% (led) en menos de 5 años; y las bolsas de valores están incorporando indicadores y plataformas diferenciadas de carteras para emisión de bonos que cumplan los cada vez más exigentes criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG) como respuesta a los requerimientos de los inversionistas, tanto individuales como corporativos.
Por otra parte, como una forma de ir reflejando el costo social del carbono en la economía, actualmente casi 40 países y más de 20 ciudades, estados y provincias alrededor del mundo, entre los que se encuentran la gran mayoría de los países de Europa, China, e incluso varios estados de los Estados Unidos, ya utilizan o están planeando poner en práctica mecanismos de fijación de precios del carbono, representando en conjunto más del 22% de las emisiones globales de CO2. Y la guinda de la torta: recientemente los CEO de los gigantes petroleros Shell, Exxon y British Petroleum han llamado a poner precio al carbono, como una forma de combatir el cambio climático.
Los movimientos ciudadanos que llaman a “des-invertir” en combustibles fósiles suman cada día más adherentes. Fondos de inversiones, fondos de pensiones, e incluso fondos soberanos de países como Noruega e Irlanda han decidido retirar sus fondos total o parcialmente de inversiones en combustibles fósiles. Según diferentes fuentes, la cifra ya se elevaría por sobre los 5 billones de dólares (USD 5 trillions) “des-invertidos” en todo el mundo.
Por su parte, China está decidida a asumir el espacio de liderazgo que Estados Unidos ha dejado. El país es el mayor emisor de gases efecto invernadero del mundo, aportando el 27% de las emisiones globales, principalmente debido a la generación de energía en plantas a carbón, que son también la principal causante de los altos grados de contaminación atmosférica en las ciudades del gigante asiático. Entre 2015 y 2016 las autoridades chinas cerraron más de 1.000 minas y otras tantas plantas de energía en base a carbón, y según cifras del IEEFA, el programa de inversión del gobierno en energía renovable compromete el nada despreciable monto de 474 mil millones de dólares. El alcance de la inversión interna de China en energías renovables ha superado todas las expectativas, con el consiguiente desarrollo tecnológico y economías de escala que el sector privado chino ha sabido aprovechar de la mano de la estrategia “Going Global” del gobierno: actualmente las empresas chinas dominan el mercado internacional de energías renovables.
Tal es el impacto, que recientemente la International Energy Agency (IEA) informó que las emisiones globales de CO2 provenientes de la generación de energía se estancaron por tercer año consecutivo en 2016; principalmente gracias a las acciones tomadas por China.
Chile también avanza en la misma dirección. Actualmente existen 4.265 MW de capacidad instalada de energías renovables no convencionales (ERNC), lo que representa un 14,7% de la generación total, según cifras de ACERA. En 2006 representaba menos del 1%.
Finalmente, hace unos pocos días un grupo de líderes empresariales locales de diversas industrias, académicos y representantes de la sociedad civil, se reunieron con la presidente Bachelet y los ministros de Medioambiente y Energía en La Moneda en señal de apoyo a la utilización de precio al carbono para combatir el cambio climático (https://www.carbonpricingleadership.org/news).
Ante este escenario internacional, en que todo pareciera apuntar hacia el desarrollo de una economía menos intensiva en carbono, la política energética de Trump en el sentido contrario sin duda reducirá el ritmo del avance -dado el peso de los Estados Unidos en la economía y en las emisiones globales- pero pareciera ser que la gran mayoría los seres humanos hemos entendido que el desarrollo sostenible es un camino sin retorno. Un camino que asegura la supervivencia y el bienestar de la especie humana.
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