Politicians have emerged who stand as suitable guardians for moral conventions.
Why did American Christian fundamentalists vote in masses for a materialistic, hedonistic and narcissistic prophet such as Donald Trump? Why did Italian Catholics support Berlusconi? Why do so many religious voices in Eastern Europe chant for opportunistic despots?
It seems a contradiction. The most morally intransigent voters ally themselves with the most immoral leaders. But, if we analyze the particular morals defended by the fundamentalists, the contradiction disappears.
The historian and Baptist minister Wayne Flynt pointed out in the Financial Times that there has been a shift in morals at the top levels of evangelical Christians. Nowadays, they mobilize against those “sins” that they don’t want or can’t commit, such as homosexuality or abortion. For a middle-aged heterosexual man, it is more comfortable to accept the moral supremacy of prescriptions against homosexuality and abortion than the orders against greed, for example, omnipresent in anyone’s daily life.
It is the first temptation for religious people, as denounced by Jesus. Instead of questioning our behavior and trying to control impulses that could be damaging for ourselves or for the community, we judge the conduct of others.
The temptation has always existed, but it has now been joined by economic and political stimuli. The market of religious ideas has globalized. The preachers who previously sermonized in their parishes have loudspeakers – from the radio to social media – with which they can reach an audience without borders. They can tempt a greater number of followers with their comforting message: salvation is not so much as changing your life as it is changing the lives of others by means of repressive laws.
And politicians have emerged who stand as suitable guardians for moral conventions. On an individual scale, Trump, Berlusconi and some Eastern European autocrats are a parody of Christian values, but they offer collective punishment to the groups of supposed sinners.
Hate your neighbor as much as you love yourself.
La primera tentación de los cristianos
Han surgido políticos que se postulan como los guardianes idóneos de la moral de conveniencia
VÍCTOR LAPUENTE GINÉ
18 ABR 2017 - 00:00 CEST
¿Por qué los cristianos fundamentalistas americanos votaron masivamente a un profeta del materialismo, el hedonismo y el narcisismo como Trump? ¿Por qué los católicos italianos apoyaron a Berlusconi? ¿Por qué tantas voces religiosas en la Europa oriental corean a déspotas oportunistas?
Parece una contradicción. Los votantes moralmente más intransigentes se alían con los líderes más inmorales. Pero, si analizamos la particular moral que defienden los fundamentalistas, la contradicción desaparece.
El historiador y pastor baptista Wayne Flynt señalaba en Financial Times que ha habido un giro en la moral de cabecera de los cristianos evangélicos. En la actualidad, se movilizan contra aquellos “pecados” que no quieren o no pueden cometer, como la homosexualidad o el aborto. Para un varón heterosexual y de mediana edad es más cómodo aceptar la primacía moral de las prescripciones contra la homosexualidad y el aborto que los preceptos contra, por ejemplo, la avaricia, omnipresente en la vida cotidiana de cualquiera.
Es la primera tentación de los religiosos, como ya denunció Jesús. En lugar de cuestionar nuestro comportamiento, tratando de controlar impulsos que pueden ser dañinos para nosotros mismos o para la comunidad, juzguemos la conducta de los demás.
La tentación ha existido siempre, pero ahora se le han sumado unos estímulos económicos y políticos. El mercado de las ideas religiosas se ha globalizado. Los predicadores que antes sermoneaban en sus parroquias tienen altavoces —de las radios a las redes sociales— con los que llegan a una audiencia sin fronteras. Pueden tentar a un mayor número de seguidores con su reconfortante mensaje: la salvación no está tanto en cambiar vuestras vidas como en modificar las de otros mediante leyes represoras.
Y han surgido políticos que se postulan como los guardianes idóneos de esa moral de conveniencia. A escala individual, Trump, Berlusconi y algunos autócratas del este de Europa son una parodia de los valores cristianos, pero ofrecen castigos colectivos a los grupos supuestamente pecadores.
Odia al prójimo tanto como te amas a ti mismo.
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