Trump se somete a los límites de su poder tras 100 días de mandato
La incertidumbre política en la que se sumió la comunidad internacional tras la victoria de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2016 se ha ido, por fortuna, disipando a lo largo de sus primeros 100 días de mandato. Bien porque aún no se ha decidido a ejecutar sus promesas más polémicas, a pesar de que su discurso y su frenética actividad en las redes sociales siguen siendo igual de provocadores. O bien, porque a pesar de haberlo intentado, ha sido frenado por los poderes judicial y legislativo, en un sistema democrático en el que funciona el principio de contrapeso o limitación de los poderes. Gracias a ello, Trump no ha podido ni eliminar el sistema sanitario instaurado por Obama, por el cual 20 millones de ciudadanos han podido disponer de cobertura médica, ni prohibir la entrada de inmigrantes de siete países concretos a EEUU.
En el primer caso, la contrarreforma de la sanidad ha quedado aplazada hasta que los miembros republicanos de la Cámara de Representantes se pongan de acuerdo sobre el contenido de la nueva propuesta. Acostumbrado a ejecutar sus deseos sin hacer concesiones, Trump se ha dado cuenta de que la política funciona de forma diferente y de que cualquier decisión debe ser consensuada, incluso entre los congresistas de su propio partido. Algunos de ellos, además, aliados en esa causa con los demócratas, se niegan también a que el Senado apruebe una partida presupuestaria para iniciar la ampliación del muro en la frontera con México, una de sus promesas estrella.
Por otro lado, el poder judicial se ha interpuesto en dos ocasiones a que se ejecute la orden dictada el pasado 27 enero para vetar la entrada a EEUU de inmigrantes procedentes de Irán, Irak, Somalia, Sudán, Libia, Yemen y Siria. También en esta ocasión, Trump se ha topado con el sistema de contrapoderes democrático, ya que la Corte de Apelaciones decretó que la decisión no se podrá aplicar mientras la Justicia no dictamine sobre su constitucionalidad. Es cierto que aún quedan casi cuatro años de legislatura, pero en este corto período de tiempo, Trump ha descubierto, con enorme desagrado por su parte, que la fórmula populista de gobernar que proponía no tiene cabida en un país de firmes convicciones democráticas.
Quizá por esta razón, decidió que no acudiría a la tradicional cena de corresponsales de la Casa Blanca, y ayer, en un acto en Harrisburg (Pensilvania), uno de los estados clave de su victoria electoral, se jactó de estar a más de “150 kilómetros de la ciénaga”, y volvió a arremeter contra los medios a los que acusa de querer marcarle la agenda política. Por más que se empeñe en querer gobernar dando la espalda a la prensa, la libertad de expresión goza en EEUU de buena salud y ha sabio detectar cuál es su trascendental tarea en este crucial período de la historia del país.
Por otra parte, si bien es cierto que el presidente ha anulado los compromisos adquiridos por EEUU en el Acuerdo Internacional de París sobre cambio climático, no le va a ser fácil volver a revitalizar las industrias del carbón y el petróleo. Su decisión de eliminar los límites a las emisiones de gases contaminantes tiene más de desesperado guiño político a sus votantes que de efectivo, ya que tardará mucho tiempo antes de que la orden emitida hace apenas un mes entre en vigor.
Todos estos contratiempos, que no le han restado popularidad entre sus votantes, el 96% de los cuáles volvería a votarlo, los ha intentado maquillar con su actuación exterior. El anuncio de un incremento del presupuesto de Defensa en un 9% para el próximo año hacía augurar un mayor protagonismo de EEUU en los conflictos internacionales. Y así ha sido.
Los bombardeos a las bases sirias desde las que Asad gestó los ataques químicos a la población civil, poniendo en riesgo su relación con Rusia; el lanzamiento sobre Afganistán de “la madre de todas las bombas”, para acabar con unos enclaves en los que se escondían efectivos del Estado Islámico; o las advertencias a Corea del Norte sobre posibles represalias para frenar el desarrollo de su programa nuclear, pese al conflicto diplomático con China que conlleva, son tres ejemplos de la forma en que Trump pretende devolver a EEUU la primacía perdida en la política internacional.
No obstante, estas tres iniciativas suponen un grave riesgo para la seguridad mundial por cuanto han sido tomadas de manera unilateral y pueden acarrear consecuencias imprevisibles. Si quiere ganarse el apoyo de la comunidad internacional, Trump no puede actuar sin contar con la opinión de sus aliados en todo el mundo.
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