La última campaña presidencial en Estados Unidos fue tan sui géneris que cuatro meses después de que Donald Trump asumiese la presidencia, aún no sabemos bien en qué consiste su política económica. Por ello la relevancia de una entrevista que dio hace dos semanas al semanario británico “The Economist”.
Su objetivo, y aquí no hay sorpresas, es que el crecimiento económico incremente el número de empleos bien remunerados. El temor se produce cuando explica cómo cree que se generará ese crecimiento, pues revela tener ideas profundamente equivocadas sobre cómo el comercio internacional genera crecimiento y bienestar.
Trump dice que su visión económica está fundamentalmente ligada a los tratados de libre comercio, los cuales, según él, nunca han sido bien negociados. ¿Por qué? Porque para él un acuerdo comercial solo está bien negociado si evita que su país genere un déficit comercial. Y como este alcanza US$70 mil millones con México y US$15 mil millones con Canadá, anuncia una total y completa renegociación del Nafta, y aranceles de al menos 35% para las empresas que trasladen sus plantas de producción al exterior.
¿Por qué esta visión es equivocada? Porque, como lo señala cualquier libro de texto, el déficit comercial se explica por la diferencia entre lo que un país ahorra e invierte. Lo negociado en los tratados es casi un pie de página cuando uno ve la historia completa.
Además, el tamaño del déficit comercial es un pobre indicador de los beneficios del libre comercio. El 77% del déficit comercial de Estados Unidos se genera bajo las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Y la evidencia recogida por una agencia independiente del mismo gobierno norteamericano señala que pertenecer a la OMC aumenta los flujos comerciales entre 50% y 100%, lo que implica mercados más amplios para los productos estadounidenses, bienes más baratos para sus consumidores y mayor competencia en sus mercados domésticos.
Peor aún, Trump dice que estimulará la economía generando masivos déficit fiscales, al reducir impuestos e invertir en grandes proyectos de infraestructura, política que no generará el crecimiento que busca pero que, sin duda, disparará el déficit comercial. Lo mismo ocurrirá si tiene éxito en estimular la inversión privada, lo que incrementará las importaciones. ¿Qué va a hacer entonces? ¿Adoptar medidas aun más proteccionistas? ¿Cómo cree que van a reaccionar sus socios comerciales, especialmente China?
El principal problema con esta visión económica es que está anclada en el siglo pasado. Como señala el semanario británico, Trump está tan enfocado en proteger el empleo industrial (que representa solo el 8,5% del total) que no se da cuenta de que es la tecnología, no el libre comercio, lo que está reduciendo el número de trabajadores en otras industrias, como la venta minorista, que emplean inclusive más mano de obra poco calificada. Y tampoco parece darse cuenta de que si las empresas no pueden relocalizar sus fábricas en el exterior buscarán mantenerse competitivas invirtiendo en maquinaria. La productividad aumentará, pero el empleo industrial, no.
Trump da la impresión de ser tan arrogante que cree que una orden ejecutiva suya puede derogar las leyes económicas. Es una pena que miles de familias tengan que pagar por este error.
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