A Trump, va de suyo, le preocupa más la temperatura de la opinión pública que la temperatura del planeta. Y el negacionismo climático es un valor seguro en la agenda nacionalpopulista. De hecho él ya le ha dedicado 115 tuits, que es la unidad de medida de Trump, su lenguaje natural. No en vano su iPhone, según el corresponsal de Politico en la Casa Blanca, sólo tiene una app: Twitter. Cada vez que hace un tiempo inusual, aprovecha para un zasca (“Hace mucho frío en NY y NJ… ¿Dónde está el calentamiento global?” y cosas así), descalificando el cambio climático como canard de una izquierda que necesita dosis de realidad. En campaña ya cosechaba aplausos anunciando la ruptura con el Acuerdo de París “para salvar fábricas y empleos”. Alemania ha declarado a EEUU un socio no fiable en nombre del G-7, pero Trump sabe que ahí gana puntos.
Es irónico que el presidente apele a “la realidad” mientras él se desmarca del consenso científico, en definitiva de la realidad. No es que se sitúe en el 5% de escépticos convencidos o de académicos pagados por compañías energéticas para divulgar hechos alternativos, y ni siquiera está en la categoría de primo de Rajoy, o sea, el cuñadismo; sencillamente el negacionismo es un recurso tentador para el populismo nacionalista. En definitiva para ese populismo de derechas, según la clasificación de Michael Kazin en The Populist Persuasion, lo natural es inventar un enemigo exterior. Trump no se lo ha ahorrado: “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer las fábricas de Estados Unidos no competitivas”. En su discurso del jueves, reapereció ese mantra señalando la hora no de París sino de Ohio o de Pensilvania, por cierto estados claves de su victoria.
Todo esto forma parte, por supuesto, de una estrategia electoralista calculada. En la campaña ya le reprocharon que él firmó en 2009 una carta colectiva dirigida a Obama, publicada como anuncio a página completa en The New York Times, pidiendo una acción gubernamental agresiva sobre el calentamiento global: “Si no actuamos ahora, es científicamente irrefutable que habrá consecuencias catastróficas e irreversibles para la humanidad y nuestro planeta (…) un desafío inmediato que enfrentan Estados Unidos y el mundo de hoy”. Entonces Trump se alineaba con los liberales en La Gran Manzana. Todo cambió después de 2011, cuando apareció el objetivo de la Casa Blanca. Sus convicciones, si es que tenía verdaderas convicciones, se transformaron en eslóganes electorales.
Para el populismo nacionalista, el cambio climático es una verdad incómoda ya que se trata de un problema insoluble a nivel nacional que requiere una acción colectiva entre los estados. Eso era el Acuerdo de París, del que sólo se excluyeron Siria y Nicaragua. Y por fuerte que sea la evidencia, el right wing populism nacionalista tiende a refutarla para reforzar sus intereses. Trump sabe que el marco mental de America first, Make America Grat Again, incluso Trump contra el mundo, le beneficia. Ahí carga todo el ethos con su latiguillo: believe me (creedme). En sus discursos a menudo se pierde la cuenta de los believe me. Circulan decenas de memes, incluso generadores de memes; y se juega, cada vez que Trump dice believe me, a ¡chupito! De momento parece funcionar, aunque Jon Stewart, en un diálogo con Stephen Colbert, concluía: “Trump miente a propósito. ¿Quieres saber cómo lo sé? Porque constantemente repite la frase ‘Creedme’. Nadie dice ‘creedme’ a menos que esté mintiendo”.
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