En mi columna de la semana pasada discutí una de las mayores sorpresas de la política internacional de estos tiempos: la decisión de Estados Unidos de ceder unilateralmente espacios de poder en los que hasta ahora había gozado de un claro liderazgo. Concluí esa columna preguntando ¿quién llenará estos vacíos de poder? Anticipé que no sería China. Tampoco creo que será Rusia. ¿Entonces, quien?
Cuando escribí esa columna no sabía que, pocos días después, el presidente Donald Trump anunciaría su decisión de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el cambio climático, uniéndose así a Nicaragua y Siria, los dos únicos países que no firmaron el acuerdo.
Esta decisión de Trump ilustra bien el raro fenómeno de una superpotencia que cede poder sin que se lo quiten sus rivales. El ex secretario de Estado John Kerry la llamó “una grotesca abdicación de liderazgo”. Fareed Zakaria, un respetado analista, dijo que ese día “Estados Unidos renunció a ser el líder del mundo libre”.
Las reacciones a la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París también revelan incipientes pero interesantes tendencias. Miguel Arias Cañete, el comisionado de la Unión Europea para el Clima, dijo que la decisión de Trump “ha galvanizado” a los europeos y prometió que el vacío creado por EE. UU. sería llenado por “un nuevo, amplio y comprometido liderazgo”. En Estados Unidos, tres gobernadores, 30 alcaldes, 80 rectores universitarios y los directivos de más de 100 grandes empresas anunciaron que llevarían a la ONU un plan conjunto para que su país cumpla con las metas de reducción de emisiones indicadas en el acuerdo, aunque el gobierno no lo apoye. Jeff Immelt, el jefe de la gigantesca empresa GE, escribió en Twitter: “Me ha decepcionado la decisión sobre el Acuerdo de París. El cambio climático es una realidad. La industria debe ahora tomar el liderazgo y no depender del gobierno”. Y, en China, Shi Zhiqin, investigador del centro Carnegie-Tsinghua, pronosticó: “Si bien el gobierno de Beijing solo puede expresar su pesar por la acción de Trump, China va a mantener sus compromisos y cooperar con Europa“.
Así, el liderazgo en este campo está pasando de la Casa Blanca a los gobiernos regionales y locales y a la sociedad civil. Y de Estados Unidos a Europa y China.
Pero la lucha contra el calentamiento global no es el único ámbito en donde EE. UU. está abdicando de su liderazgo internacional. Otro, y muy importante, es Europa. Esto lo hizo muy explícito Angela Merkel después de sus recientes interacciones con Trump: “Los tiempos en los cuales podíamos contar con otros han terminado, tal como lo he experimentado en estos últimos días. Los europeos debemos tomar nuestro destino en nuestras propias manos. Claro que tenemos que tener relaciones amigables con EE. UU., con el Reino Unido y con nuestros vecinos, incluyendo Rusia. Pero nosotros debemos luchar por nuestro futuro”.
Es una interesante ironía que, sin quererlo, Trump pueda estar contribuyendo al resurgimiento geopolítico de una Europa que ha estado agobiada por sus problemas económicos e institucionales, por la crisis de los inmigrantes, así como por el terrorismo islamista y el expansionismo ruso. Pero aún más importante es el espacio que se le abre a China para aprovechar el vacío dejado por la retirada de EE. UU.
Una expectativa generalizada es que China está destinada a reemplazar a EE. UU. como la potencia dominante del planeta. Esta declinación de la influencia de EE. UU. antecede a la llegada de Trump, aunque sus decisiones iniciales, como por ejemplo sacar a EE. UU. del Acuerdo de París o del acuerdo comercial transpacífico TPP, sugieren que sus acciones acelerarán la pérdida de la influencia internacional de su país.
¿Será entonces China la nueva potencia hegemónica que dominará el mundo?
La expectativa de que así sea ignora importantes realidades que limitan el potencial hegemónico del gigante asiático. Si bien China es una potencia económica y militar, también es un país muy pobre que confronta severos problemas sociales, financieros, medioambientales y políticos. Su modelo político tampoco parece muy atractivo para los ciudadanos de otros países. Esto no quiere decir que China no tendrá un claro liderazgo en algunos temas globales –como el cambio climático, por ejemplo, o una enorme ascendencia en partes de Asia–. O que no formará parte de las decisiones que afectan al mundo entero.
Pero una cosa es “formar parte” de las decisiones y otra muy distinta, ser quien las toma. Todo indica que, tal como lo pronosticó Zbigniew Brzezinski, hemos entrado en una era ‘poshegemónica’ en la cual ninguna nación tendrá el dominio del mundo como solía suceder antes.
Desde esta perspectiva, la retirada de EE. UU. no implica su irrelevancia. No será la superpotencia que solía ser, pero tampoco dejará de tener poder. El Pentágono. Wall Street, Silicon Valley, Hollywood y sus universidades continuarán siendo inmensas fuentes de influencia internacional.
Y ¿la Casa Blanca? No tanto. Por ahora.
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