James Comey, Kingmaker

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Comey sabe el peso de sus palabras y sabe, también, el efecto que tendrán. Un ajedrecista que anticipa sus jugadas con meses de antelación, como ha sido descrito por sus propios compañeros: quien, desde el FBI, se dedicó a la cacería de las grandes mentes criminales de Estados Unidos, sabe muy bien que la paciencia es una virtud, que ser meticuloso rinde sus frutos y —sobre todo— sabe cómo utilizar a la opinión pública para conseguir sus fines.

Un ajedrecista que hoy genera admiración por enfrentarse de manera directa con el individuo más detestado —y poderoso— del planeta, pero del que habría que preguntarse no sólo cuándo comenzó la partida, sino dónde la terminará. Hay que recordar que cuando, en octubre del año pasado, decidió soltar la información sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton, tenía también en su poder la información referente a los posibles vínculos de la campaña de Donald Trump con Rusia. Comey anticipa sus jugadas, es paciente, meticuloso y sabe utilizar a los medios: quien en aquel momento contaba con información suficiente para descarrilar ambas campañas —los elementos en contra de Clinton eran más difusos, aún, que los existentes contra Trump en aquel momento— tomó la decisión de hacerlo primero con una, y luego con otra.

En un orden que —ante una decisión así, con un fiscal acostumbrado a la paciencia— no puede ser sino deliberado. Comey tuvo en sus manos, antes del 28 de octubre, información que podía comprometer ambas campañas y causar un caos institucional en EU: en ese momento tuvo tres opciones frente al tablero. La primera, no hacer nada, a lo que no estaba dispuesto. La segunda, sacar a la luz toda la información con la que contaba, y comprometer la estabilidad nacional: tampoco era una opción viable. La tercera era comenzar con uno de los candidatos, y terminar con el otro ya que estuviera en el poder, cuando los mecanismos institucionales pudieran hacerse cargo de la situación y evitar el caos que le seguiría en otras circunstancias. La decisión, desde ésta perspectiva, parece clara.

Por eso, precisamente, es interesante saber cuándo comenzó la partida de Comey, y —sobre todo— cuándo la terminará. James Comey es el verdadero kingmaker de Estados Unidos: quien ha sido capaz de anticipar tantas jugadas, y moverse en las aguas turbulentas de la política norteamericana conservando un prestigio intachable, con certidumbre debe de saber el resultado final del juego que ha iniciado. Y sería profundamente atípico, en el hombre que lo ha planeado todo al detalle de realizar —a través de interpósita persona— las filtraciones a la prensa en el momento en el que iban a tener el efecto que buscaba. Donald Trump tiene razones para estar asustado —es cierto— pero muchos de quienes hoy ven a Comey como un héroe nacional podrían tener —también— razones para estar equivocados: quien ahora se apresta a terminar con uno ya se encargó, en su momento, de su principal contrincante. El final de la historia sólo él lo conoce; él y, muy probablemente, la persona que terminará beneficiándose de los planes de un personaje que tiene muy claros sus objetivos y —sin duda— mucha menos candidez de la que aparenta.

México debería de estar muy atento. Las negociaciones al Tratado de Libre Comercio tendrán lugar en circunstancias volátiles, que sin duda tratarán de ser aprovechadas por los bandos en disputa. Trump, sin embargo, no está terminado y, en el camino, tratará de recurrir a su base a través de golpes de efecto que podrían involucrarnos: quien no ha dudado en poner al mundo entero en riesgo no lo hará, tampoco, con la región a la que pertenece. Aunque todo esto, seguro, también lo tiene previsto James Comey.

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