Lo que agobia a Donald Trump
El NYT develó la primera evidencia contundente de que Rusia se infiltró en la campaña republicana.
Aunque haga constantes esfuerzos por demostrar lo contrario, el qué dirán es un constante agobio para Donald Trump. No en vano, múltiples fuentes coinciden en la cantidad de horas que a diario dedica al seguimiento de los medios más críticos de su gestión, los mismos que desde su cuenta de Twitter tilda rabiosamente, como se estila en esa red, de difusores de noticias falsas.
La juiciosa y meritoria investigación de The New York Times que llevó a su hijo Donald a revelar un intercambio de correos que lo vuelven a dejar mal parado, calificada por allegados de auténtico huracán que azotó esta semana la Casa Blanca –uno más, de hecho–, ha vuelto a arrebatarle algunas de sus ya muy escasas horas de sueño.
Este ocurrió en tiempos de campaña y registra la manera como su heredero gestiona un encuentro con un supuesto abogado ruso con el fin de entregarle información valiosa –y negativa– sobre la entonces rival de su padre, Hillary Clinton. La respuesta de Donald hijo, “si es lo que usted dice que es, me fascina”, hoy es insumo que alimenta críticas y dardos, pero, sobre todo, la ansiedad del magnate.
Lo relevante aquí es que se trata de la primera evidencia –más allá del valor judicial que esta pueda llegar a tener– de que la campaña republicana no fue, ni mucho menos, ajena a los cada vez más evidentes esfuerzos de Moscú por darle un empujón. Igual de importante es el efecto desestabilizador que pueda tener el hallazgo en el talante –ya de por sí inestable– del titular de la Oficina Oval, toda vez que por primera vez el salpicado es un miembro de su círculo familiar más cercano.
Pero hay algo más: este episodio de la trama rusa ha servido para que un hombre acostumbrado a lo largo de su vida a recurrir al dinero para satisfacer todos sus anhelos descubra que, como reza aquel eslogan comercial, hay cosas que este no puede comprar. Su país y el mundo esperan que el agobio que le produce el acecho de una nube negra –que ya parece claro que lo acompañará hasta el último día de su mandato– no se traduzca en una reacción patológica que millones lamenten.
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