Es una suerte que la caótica administración de Donald Trump está dificultando seriamente la adopción e implementación de la agenda regresiva y antisocial del Partido Republicano. Con el título “¡Gracias, Donald!”, publiqué en El Observador en junio del año pasado una nota en la que agradecía a Trump haber obtenido la nominación del Partido Republicano. Pensé que esto aseguraría el triunfo de Hillary Clinton. Espero que este segundo agradecimiento resulte más merecido que el anterior.
La derogación del Obamacare es uno de los pilares del programa de los republicanos. A pesar de contar con mayorías en ambas cámaras del congreso, los obstáculos que enfrentan para alcanzarlo han resultado, por ahora, insalvables. En parte el problema es atribuible a las profundas diferencias entre la visión del ala de extrema derecha y la del sector más moderado del partido. Aún a un gran presidente le resultaría tremendamente difícil reconciliar los intereses de estos dos grupos y lograr un acuerdo político.
Trump obviamente carece de las condiciones necesarias para lograrlo.
Sus patéticas intervenciones sólo han servido para complicar aún más el proceso. En una ceremonia en la Casa Blanca celebró como un gran triunfo el pasaje del proyecto de ley en la cámara baja y, al poco tiempo, lo caracterizó como mezquino (“mean”). Más recientemente, socavó las propuestas del senado sugiriendo, en uno de sus inefables tuits, que si no logran ponerse de acuerdo sobre un nuevo programa de salud deberían simplemente derogar Obamacare y después empezar a trabajar en su posible reemplazo. Esta absurda alternativa dejaría a millones de personas sin ningún tipo de cobertura probablemente por varios años.
Si se terminara aprobando una nueva ley de salud no sería gracias a Trump, sino a pesar de él. Por más que la posibilidad no se ha mencionado, una interesante sorpresa trumpiana sería que vetase dicha ley. Después de todo, nunca llegaría a ser la panacea que él prometió durante la campaña.
Un segundo gran pilar del programa de este gobierno es la reforma fiscal. Si bien este término incluye la intención de simplificar y mejorar un sistema que se ha tornado innecesariamente complejo y que ha ido acumulando múltiples imperfecciones e injusticias, la motivación principal es reducir la carga fiscal de las empresas y de los sectores de más altos ingresos.
Como parte de la derogación del Obamacare, se propuso la eliminación de dos impuestos que se establecieron originariamente para financiar parcialmente su costo. El primero de un 3.8% sobre ingresos de inversión (ganancias de capital y dividendos) y el segundo de un 0.9% sobre sueldos y honorarios. Ambos impuestos se aplican en la parte de estos ingresos que superan los 200.000 dólares por año (250.000 en el caso de matrimonios). Dada la oposición de varios senadores, esta propuesta parece ser que será abandonada.
Si bien algunas de las otras reducciones proyectadas beneficiarían a la clase media, es claro que las más significativas están dirigidas a favorecer a los grupos de mayores recursos. Tres de las propuestas son particularmente ofensivas. La primera es eliminar el impuesto de herencias que solo afecta, en caso de matrimonios, patrimonios de más de 11 millones de dólares. La segunda es reducir al 15% la tasa del impuesto a la renta de las empresas. Esta reducción es particularmente beneficiosa para cierto tipo de entidades que sólo tributan en cabeza de sus dueños –en la actualidad a tasas de hasta 39,6%–. Estas entidades son las que normalmente se utilizan en negocios inmobiliarios como los del grupo de Trump.
La tercera, que es la eliminación del llamado Impuesto Mínimo Alternativo (Alternative Minimum Tax o AMT), parece elaborada especialmente para el presidente. El objetivo del AMT es que personas que pueden compensar sus ingresos con deducciones especiales, como ser la amortización del costo de edificios, paguen al menos una cantidad mínima de impuesto. La declaración de Trump para el 2005 (la única que ha salido a luz) muestra que sobre 152 millones de dólares de ingresos gravables pagó 36 millones de impuesto. De no haber existido el AMT, hubiera pagado solamente 5 millones.
A Trump no le será fácil vender este programa de reducción de impuestos sobre la base de sus posibles efectos estimulantes a la economía dadas las enormes ventajas personales que, de ser aprobado, le depararía. Hasta sus más fieles seguidores se preguntarían cuáles son sus verdaderas motivaciones.
Otro pilar del programa republicano es la eliminación de requisitos reglamentarios que constituyen una carga para la actividad empresarial. En el sector financiero muchos de esos requisitos fueron implantados por Dodd Frank, la ley aprobada durante la administración de Obama para limitar los riesgos que llevaron a la crisis del 2008. Si bien esta ley difícilmente se pueda derogar, Trump está logrando diluir sus efectos nombrando en posiciones claves a personas que provienen de y que responden a ese sector.
Algo similar está sucediendo con normas regulatorias en el área ambiental que Trump ha ido eliminando por decreto. También nombró como director de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (Environmental Protection Agency) a Scott Pruitt, un abogado que declaró que su principal objetivo en este cargo es reducir significativamente la autoridad de esta agencia y el alcance de sus actividades.
Afortunadamente, los equipos de gobierno se renuevan y medidas tomadas por decreto se pueden modificar con nuevos decretos. La mala imagen de Trump y la reacción negativa a muchas de sus decisiones, como ser retirar a Estados Unidos del Tratado de París, deberían ayudar a una futura administración a recomponer la situación en el área regulatoria.
Los que lo admiramos, recordamos con nostalgia el profesionalismo, intelecto y dignidad de Barak Obama. Durante sus ocho años como presidente no surgió de la Casa Blanca ni una sola revelación embarazosa, ni se suscitó el menor indicio de posibles conflictos de interés.
Hoy se vive en Estados Unidos una situación muy diferente. Es rara la semana en la que no aparece una nueva sorpresa y, cada vez con más frecuencia, se especula sobre distintos escenarios bajo los que Mike Pence podría asumir el poder. Lo alarmante de esa posibilidad es que, sin la distracciones generadas por Trump, los republicanos podrían, por fin, enfocar toda su atención a tratar de implementar su programa de gobierno. O sea que para los sectores de más bajos recursos sería quizá preferible que, a pesar de todos sus problemas, Trump lograra terminar su mandato.
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