The contrast is striking, to say the least, between the inner weakness of Donald Trump's presidency and his growing displays of strength and arrogance.
While his administration continues to lose key pieces at an accelerated rate – most recently the firing of hot-headed White House Director of Communications Anthony Scaramucci, by Chief of Staff John Kelly – and his proposals remain tied up on Capitol Hill, he further strains relations with Moscow by sending Vice President Mike Pence to the capital of Georgia to demand absurd, unacceptable changes from Russia: The Kremlin is to change its stance on Ukraine and suspend support of Iran, North Korea and Syria.
Also recently, the Department of Homeland Security announced its next plan to construct 14 miles of Trump's border wall in the area between San Diego and Tijuana as “an elevated number of illegal entries” have been detected there. The project includes the installation of barriers, pathways, cameras, lights and sensors and, according to Washington, it will not need to adhere to environmental regulations, thanks to an exception in an agreement made in 1996.
With respect to the new escalation in verbal hostility toward Moscow, it's important to put into perspective what Pence demanded Aug. 1 in Tbilisi, which was nothing less than a radical 180 degree turn in Russia's foreign policy and geopolitical strategy, conditions that Vladimir Putin will never accept. It's as if the Kremlin were to demand the White House suspend its support of Israel and Saudi Arabia in order to improve Russia’s own relations with the countries. By this logic, the vice president's demands can only have two purposes: to weaken his country's link with Russia or create a public impression in the U.S. of firmness and strength, which, in the end, may result in further escalation of bilateral tensions.
As far as the news of the border wall construction goes, it's clear that it will be useless in its supposed function – to stop the waves of undocumented immigrants and drug traffickers – but what it will achieve, once finished, is a slowing of goods and the legal transit of people between the two countries. Trump, though, needs to appear to make good on what was one of his main threats during the campaign. According to him, construction of the wall was to begin as soon as he stepped into office, which happened over six months ago.
In sum, given his inability to put together any sort of cohesive, functional administration and given the internal opposition his proposals have faced, Trump's displays of power seem more like a way of escaping a reality that is much more difficult and complex than he could have imagined as a candidate.
Resulta sorprendente, por decir lo menos, el contraste entre la manifiesta debilidad interior de la presidencia de Donald Trump y sus crecientes ademanes de fuerza y prepotencia.
En efecto, mientras que el equipo presidencial pierde elementos a un ritmo acelerado –el despido más reciente fue el del exaltado director de Comunicaciones, Anthony Scaramucci, destituido a petición del jefe de gabinete, John Kelly– y las iniciativas de la Casa Blanca permanecen atoradas en el Capitolio, la administración estadunidense tensa las relaciones con Moscú por medio del vicepresidente Mike Pence, quien ayer, en la capital georgiana, puso condiciones absurdas e inaceptables para Rusia a fin de mejorar la relación bilateral: que el Kremlin cambie su postura sobre Ucrania y suspender su respaldo a los gobiernos de Irán, Corea del Norte y Siria.
Por lo demás, el Departamento de Seguridad Nacional de Washington anunció el próximo inicio de la construcción de 24 kilómetros del proyectado muro fronterizo de Trump en la zona entre San Diego y Tijuana, debido a que se trata de un sector donde se detecta un elevado número de ingresos ilegales. El proyecto incluye la instalación de barreras, caminos, cámaras, luces y sensores adicionales y, según Washington, se llevará a cabo a contrapelo de leyes ambientales, en virtud de un acuerdo de 1996 que permite esa clase de excepciones.
Con respecto a la nueva escalada de hostilidad verbal hacia Moscú, es pertinente poner en perspectiva lo dicho ayer en Tiflis por el vicepresidente Pence, quien exigió a Rusia nada menos que un giro radical en su política exterior y geoestratégica, es decir, una condición que el gobierno de Vladimir Putin no va a aceptar; es como si el Kremiln le propusiera a la Casa Blanca que suspendiera su apoyo a Israel y a Arabia Saudita a fin de mejorar las relaciones entre una y otra potencia. En esa lógica, las palabras del funcionario estadunidense sólo pueden tener dos propósitos: empeorar ese vínculo o bien transmitir a la opinión pública de su país una impresión de firmeza que, de todos modos, podrá incidir en un empeoramiento de las tensiones bilaterales.
Por lo que hace al anuncio de la construcción de un tramo de barrera fronteriza, es claro que tal obra será inútil en función de sus propósitos declarados –detener los cruces de migrantes indocumentados y el tráfico de drogas– pero logrará, de llevarse a cabo, entorpecer el intercambio de mercancías y el tránsito de personas con papeles en regla. Pero, de alguna manera, Trump tiene que aparentar que empieza a cumplir con una de sus principales amenazas de campaña: la construcción de ese muro fronterizo que habría de iniciar, según él, en cuanto tomara posesión del cargo, algo que ocurrió hace más de seis meses.
En suma, ante su propia incapacidad para armar un equipo de gobierno mínimamente cohesionado y funcional, y dados los obstáculos internos que enfrentan sus propuestas, los gestos de fuerza del presidente estadunidense parecen una suerte de fuga de una realidad mucho más compleja y difícil de la que pudo imaginarse cuando era candidato.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.