Hatred

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Como liberal, estoy a favor de que todos los grupos políticos, hasta los más extremistas, puedan manifestarse públicamente y expresar lo que se les pegue la gana. Sí: hasta los nazis con todo y su ideología racista, xenófoba y antisemita. Sí: que salgan a las calles con sus suásticas y hagan sus saludos fascistas. Mejor verlos a la cara a que estén escondidos en las catacumbas. Mejor saber cuántos son y cuáles son sus objetivos. Mejor verlos predicar su maldito odio para que la sociedad sepa que ahí están, dentro de ellos, estos cretinos que quieren un país de blancos para blancos. Que no toleran a los negros, hispanos, asiáticos, judíos y musulmanes.

Estados Unidos en pleno siglo XXI. La ultra derecha sale de las cavernas con el propósito de dejar de ser una opción minoritaria para convertirse en parte del mainstream americano. Y es que ahora tienen un gran aliado: nada menos que el mismísimo Presidente de ese país. Trump llegó al poder con un discurso de odio. Quiere reelegirse y, para eso, requiere a su base electoral en la que se encuentran los blancos, que son moderada o radicalmente racistas. De ahí que siga con la misma retórica de odio que explica sus titubeantes, contradictorias y chocantes declaraciones en torno a lo ocurrido en Charlottesville, Virginia.

En esa ciudad se reunieron grupos de nacionalistas blancos, incluyendo los históricos del Ku Klux Klan y los del partido nazi de ese país. La marcha tenía el objetivo de “unir a la derecha” para transformarse en una opción mayoritaria en Estados Unidos. La policía los protegía. Magníficas las fotografías de policías negros cuidando a racistas blancos. Pero también se organizó una contra-manifestación. Comenzaron las provocaciones que desembocaron en riñas. Un supremacista blanco agarró un automóvil para irse a estrellar contra otro vehículo, arrollando a varias personas. Pereció Heather D. Heyer, de 32 años, “una apasionada defensora de los más desfavorecidos”. También se estrelló un helicóptero que monitoreaba las protestas, falleciendo dos policías.

Los estadunidenses esperaban un posicionamiento, sin ambages, de su Presidente condenando la violencia provocada por los supremacistas blancos, incluyendo los neonazis. Trump, sin embargo, rechazó la violencia de ambas partes. Ante la avalancha de críticas que recibió, medio corrigió condenando a los supremacistas blancos. Pero no se aguantó y, ayer, volvió a denunciar a “ambas partes”, afirmando, por increíble que parezca, que no todos los manifestantes de la ultraderecha habían sido neonazis, que entre ellos había “gente buena”.

Aquí es donde quisiera recomendar el documental Get Me Roger Stone de Netflix. Se trata de la historia de uno de los principales operadores detrás de la carrera política de Donald Trump. Stone, gran admirador de Nixon, utiliza el odio como instrumento para conquistar y ejercer el poder. Desde los años ochenta, fue quien vio un gran potencial en Trump para llegar a la Casa Blanca.

Uno de los credos de Stone es que “el odio es un motivador más poderoso que el amor”. Hay que movilizar, por tanto, a los electores buscando esos botones que los hacen odiar. En el documental, el siniestro personaje va presentando sus reglas. Es lo peor de la política: trucos, mentiras, montajes y un largo etcétera. Como Trump, su principal motivación es narcisista: no pasar desapercibido. “Es mejor ser infame que no ser famoso nunca”, afirma.

Get Me Roger Stone es un magnífico testimonio de cómo el Partido Republicano ha ido cambiando a lo largo de las últimas cinco décadas: de aquellos caballeros liberales, profundamente anticomunistas, de la posguerra a los conservadores religiosos cada vez más racistas. De Eisenhower a Trump, para ponerlo en términos de dos presidentes paradigmáticos.

No es gratuito, entonces, que los derechistas más radicales ahora salgan de las catacumbas con el fin de convertirse en una opción real y mayoritaria de la política. Es cierto que Estados Unidos cada vez está más polarizado. Pero la derecha es la que más se ha radicalizado. Los Roger Stone de ese país se han salido con la suya. Trump es tan sólo un vehículo de este proyecto. Un vehículo diseñado para diseminar odio como una forma de conquistar y ejercer el poder. Por cierto, hoy comienzan las negociaciones de nuestro país con ese gobierno para tratar de rescatar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Que Dios nos agarre confesados.

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