Trump Confronts American Football

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Durante la campaña electoral y a lo largo de los meses que lleva como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha lanzado ataques contra el Congreso, los altos tribunales, los demócratas, los republicanos, los medios de comunicación, el ejército, la OTAN, la ONU e incluso contra algunas de las más admiradas figuras de la industria del cine. También ha disparado contra miembros de su propia Administración, contra países aliados y contra países a los que considera potenciales ene¬migos. No ha perdido ocasión para indisponerse con unos y con otros, llevado por su desmedida egolatría y su carácter pugnaz. No se recuerda a otro presidente de EE.UU. que haya intentado con tanto empeño y por tantas vías dividir a su país, en lugar de unirlo, como se espera de él. Hay datos al respecto: un 66% de norteamericanos opina que Trump ha hecho más por dividir al país que por unirlo. Ninguno de sus antecesores ¬superó el 55%.

No causa, por tanto, sorpresa que Trump haya dirigido ahora sus dardos hacia las ligas de fútbol americano y de baloncesto, probablemente los dos espectáculos deportivos más populares de Estados Unidos. El pasado fin de semana, Trump empezó a manifestarse en mítines y a través de las redes sociales contra figuras de tales deportes, que en su opinión ofendían el himno nacional. En primer lugar, contra Colin Kaepernick, antiguo quarterback de los San Francisco 49ers, actualmente sin equipo, después de que meses atrás adquiriera la costumbre de arrodillarse cuando sonaba el himno nacional, antes del inicio de los partidos. De este modo, Kaepernick expresaba su repulsa por la reiterada brutalidad policial contra los manifestantes negros.

Esta actitud fue imitada por otros jugadores afro¬americanos. Pero la polémica no estalló hasta que el presidente insultó este fin de semana a Kaepernick, pidió a los seguidores de la Liga de fútbol americano que boi¬cotearan con su inasistencia los partidos, y a los pro-pietarios de los equipos, que despidieran o suspendieran a los jugadores que se han significado con la mencionada actitud. Luego, las llamas de este incendio se extendieron también entre jugadores o propietarios de equipos blancos, y desde los estadios de fútbol americano hacia las pistas de baloncesto. La crisis se agudizó. Cuando Trump tuiteó que retiraba su invitación para visitar la Casa Blanca a Stephen Curry, de los Golden State Warriors, LeBron James le replicó: “Ir a la Casa Blanca era un honor hasta que tú la ocupaste”.

Aunque una parte del electorado (y de las audiencias de fútbol americano y de baloncesto) sintoniza con las opiniones de su presidente, esta ofensiva atse está volviendo en su contra. Uno de los propietarios de equipos, donante en la campaña de Trump, le ha respondido, con buen criterio, que “no hay nada más unificador que el deporte y nada tan divisivo como la política: nuestros líderes podrían aprender mucho de la importancia del trabajo en equipo hacia un objetivo común”.

Tiene toda la razón. Lo que empezó como una reivindicación social de un jugador y con un exabrupto del presidente, se ha convertido ya en un movimiento en pro de la igualdad racial y de la libertad de expresión. Trump dice que su actitud no tiene nada de racista. Pero son pocos los que le creen. Y son muchos los que constatan, de nuevo, que quien se enfrenta de modo sistemático a tantos conciudadanos es una persona inadecuada para aglutinar tras de sí a todo el país.

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