El postureo desterrado
El prestigio de la democracia enferma en los países occidentales entre los más jóvenes. Varias encuestas señalan una tendencia a considerar que no es fundamental. Hay hipótesis variadas: una apunta a series como House of Cards como culpables de la náusea adolescente e idealista que se niega a creer que gobernar consiste en puñaladas traperas, componendas, minorías organizadas e hipocresía. Donald Trump supo leer, sin acudir a parrafadas académicas, el panorama y le da a su electorado lo que espera: ningún compromiso con el postureo. Decidió dar formalidad al traslado a Jerusalén de la capital de Israel, aprobado hace años por el Congreso y amenaza con retirar la ayuda internacional a los países que, en la ONU, condenen la decisión. “Déjenlos votar en contra nuestra. Ahorraremos un montón. No nos importa”, dice. Una puede imaginarse a sus incondicionales aplaudiendo al televisor: “Di que sí, Donald”. Está consiguiendo que la lupa se vuelva contra la hipocresía de los demás. No es coherente votar en contra de EEUU en la ONU y pedirle ayuda. Tampoco llevar años criticando el excesivo intervencionismo de los americanos, ese afán por imponer democracias a bombazos, y criticar ahora que, en su estrategia exterior, pase del asunto, que sea America First, como en las gorras electorales. También parece mercancía vendible a sus fieles el hastío con el aire de superioridad de los europeos por nuestro Estado de Bienestar, mientras nadie se da por aludido cuando pide que la factura de la OTAN sea un poco más a escote. Nikki Haley ha sido la encargada de enfrentarse, como embajadora en la ONU, a los países que rechazaban la decisión sobre Jerusalén. Hija de emigrantes del Punjab, fue la primera mujer gobernadora de Carolina del Sur. Ha sido para ella una semana de titulares. También para Linda Sarsour, la mujer musulmana con velo que organizó la Marcha de las Mujeres contra Trump, a la que ahora se acusa de encubrir el acoso sexual a una de sus trabajadoras. Mujeres las dos. Argumentos en bandeja para el trumpismo. Tuitero, borracho, gordo, bocazas, mentiroso. Ninguno de esos retratos le afecta. Ha dejado de hablar politiqués, ese lenguaje opaco que causa ya tal rechazo que amenaza a las democracias. No todo será culpa de Donald Trump. No me sean hipócritas. El postureo ha entrado en el diccionario de la RAE el año en que deshacerse de él llevó a alguien como Trump al Despacho Oval.
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