El director artístico del New York City Ballet, Peter Martins, de 71 años, dimitió ayer tras haber sido acusado de acoso sexual y abuso físico y verbal por sus bailarines. Su renuncia llega a raíz de una investigación de The New York Times, pero hay que enmarcarla en el movimiento #MeToo (Yo también), que insta a las mujeres de todo el mundo a denunciar los abusos sexuales en su contra, y que cobró impulso a raíz de las acusaciones contra el poderoso productor cinematográfico Harvey Weinstein. Se trata de un movimiento que revela la gravedad de los acosos no sólo en la primera línea del cine sino en otras disciplinas artísticas. Una realidad hasta ahora oculta y una madeja de la que conviene tirar hasta el final, en aras no sólo de la verdad sino de la reparación moral de las víctimas. España no ha sido ajena a esta dinámica, tal como demuestra la concienciación alrededor de los abusos en fiestas como los Sanfermines. Pero ha sido en EEUU donde la cantidad y la envergadura de las denuncias presentadas ha movido a más de 300 mujeres ilustres de Hollywood a lanzar un fondo de defensa legal destinado a ayudar a defenderse a las mujeres con menos recursos. Es una iniciativa plausible, pero no basta con gestos altruistas. El desafío en esta materia pasa por impulsar una legislación con un doble objetivo. Por un lado, penalizar a las compañías que no tomen medidas contra el acoso sexual persistente. Y, por otro, fomentar la paridad en los estudios de cine y agencias de talento. Se necesitan medidas contundentes para no dejar impune ningún caso de abuso sexual.
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