Querida Nicaragua: Increíble que el noble pueblo norteamericano haya votado por un hombre como Donald Trump. Y qué irrespeto para la Casa Blanca y para los prestigiosos presidentes que han pasado por ella, desde John Adams en el año 1800 hasta Barack Obama, pasando por hombres que enaltecieron la historia de los Estados Unidos como Abraham Lincoln, Franklin Delano Roosevelt, John F. Kenedy, Ronald Reagan y muchos otros que supieron defender con honor su país y que hicieron de los Estados Unidos (EE. UU.) la potencia mundial que sigue siendo hoy en día.
En los años sesenta fui invitado por el Departamento de Estado a una gira de dos semanas por los EE. UU. y me dieron a elegir los sitios que preferiría conocer. Como era conocida mi afición por las áreas rurales ya que escribía libretos y había creado el programa regional Pancho Madrigal, escogí entre mis preferencias pasarme dos o tres días viviendo con una familia campesina.
Me llevaron a Omaha en el centro geográfico de la nación y me instalaron en una casa de campesinos, una finca donde pude observar el comportamiento de aquella familia, sencilla, acogedora. Por la noche reunieron a sus vecinos para que cambiaran impresiones conmigo. Vivían en plena armonía. El marido manejaba un tractor y araba la tierra preparando la futura cosecha, la mujer hacía los oficios propios de la casa, dos hijos adolescentes tenían su auto en el cual iban al colegio a unas diez millas de distancia.
En aquella especie de velada que tuvimos pude admirar la sencillez y el buen comportamiento de todos. Hacían preguntas sencillas. Preguntaron por qué razón nuestros países eran pobres pues ellos pagaban buen dinero en impuestos para ayudar a los pueblos latinoamericanos. Les contesté que no siempre ese dinero era bien empleado y que había poco control en el manejo de los fondos del Estado. Preguntaron si teníamos escuelas y universidades. Me di cuenta de que no estaba en una calle de Nueva York o Chicago sino que estaba hablando con gente sencilla, con el corazón mismo del pueblo norteamericano, conociendo cómo sentía, cómo pensaba, cuáles eran sus aspiraciones y sus deseos. Había tranquilidad, trabajo, sosiego, paz. Eso pude observar en la sencillez de aquel pueblo con el que compartí tres días y dos noches.
Es por esta razón que me cuesta entender cómo un pueblo tan sano y sencillo haya podido votar por alguien que desde su propia campaña hacía alarde del manoseo que podía hacerle a cualquier mujer que encontrara en cualquier parte, un candidato capaz de descalificar por ser fea a una señora que pretendía una candidatura presidencial. “¿Ustedes creen —dijo despectivamente Trump— que con esa cara se pueda ser presidente?”, otra soberana vulgaridad que los electores dejaron pasar como excentricidades del candidato.
Entonces ¿por qué nos sorprendemos cuando este prepotente mal educado se expresa diciendo que somos unos países de “m”? Esa es su naturaleza, ese es su grado educacional, es lo que aquí llamamos un burro cargado de plata. Pero sus millones no le dan derecho a insultar a nuestros países sin siquiera conocerlos, sin estudiar nuestra historia y conocer el valor, el coraje y el talento de nuestros hombres y mujeres. No es un país de “m” aquel en que nace un genio como Rubén Darío, ni son países de “m” aquellos donde han nacido verdaderos próceres que desde la independencia venimos luchando contra mercenarios norteamericanos muchas veces patrocinados por sus propios gobiernos.
Y para vergüenza de Trump, que seguramente no lo sabe, les hemos ganado, los hemos echado de nuestros países. Con fusiles de mecha, con machetes, con piedras o con flechas hemos ganado batallas como la de San Jacinto, a lo largo de las muchas intervenciones que personajes como Trump han patrocinado en nuestros países. Por último, sería el colmo que al terminar este fatal período lo reeligieran para su segundo mandato. Sería realmente decepcionante.
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