Last Wednesday, the Bulletin of the Atomic Scientists pushed its so-called Doomsday Clock ahead 30 seconds to just two minutes before midnight, the time that signals the end of the world. The bulletin is an organization founded after the nuclear era was born in 1945, when the United States dropped massive atomic bombs over Hiroshima and Nagasaki, and its mission is to monitor the risks humanity faces due to this type of weapon. It is precisely the expansion of the nuclear arsenals, as well as President Donald Trump's disastrous handling of the conflict with North Korea, that has advanced the clock hands to a level of danger that hasn't occurred since 1953, the peak of the Cold War.
It is no less worrisome that the second factor taken into consideration when measuring the apocalypse – the third one being emerging technologies – is climate change, a challenge in which the U.S. president has used every opportunity to demonstrate his ignorance and irresponsibility since the days of his campaign. And now that he is in office, he has already taken such disastrous steps as repealing environmental regulations for the industry, and withdrawing from the Paris climate agreement. However, it should be noted that, unlike the handling of nuclear weapons, which has been appropriated by the highest levels of political power, the protection of the environment is a problem in which all of global society plays an unavoidable role and which entails pressure that can't be minimized.
First of all, to avoid irreversible damage to the planet's habitability, countries need to stop trying to affirm their places on the geopolitical chessboard through power plays that could get out of control at any moment. This mainly pertains to the bluster of the U.S. president against North Korea, but also to the disputes that the West has with opposition countries like Iran and Russia, as well as with respect to regional and international meddling in the sensitive issues of the Middle East.
Secondly, civil society, and particularly the citizens of rich nations that have clearly unsustainable lifestyles, must become fully aware of the impact that human activities have on climate change, so that they can act in two ways: transform their own habits and demand that those in power cease the practice of generating wealth in a way that threatens the planet's viability in the short term.
El Boletín de Científicos Atómicos adelantó ayer su llamado reloj del Juicio Final en 30 segundos para ubicarlo a sólo dos minutos de la medianoche, hora que en su medición marca el fin del mundo. El boletín es una organización fundada tras el nacimiento de la era nuclear en 1945, cuando Estados Unidos lanzó sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y tiene como misión vigilar los riesgos que enfrenta la humanidad debido a este tipo de armamento. Es precisamente el crecimiento de los arsenales nucleares, así como la desastrosa gestión que el presidente Donald Trump ha hecho del conflicto con Corea del Norte lo que empujó las manecillas hasta un nivel de peligro que no se había registrado desde 1953, en el punto más álgido de la guerra fría.
No menos preocupante resulta que el segundo factor considerado en el cálculo del apocalipsis, –el tercero son las tecnologías emergentes– sea el cambio climático, un desafío ante el cual el presidente estadunidense no ha desaprovechado oportunidad para hacer gala de ignorancia e irresponsabilidad desde que se encontraba en campaña, y ante el que ya en el poder ha tomado medidas tan desastrosas como la derogación de regulaciones ambientales para la industria, o el retiro de su país del Acuerdo de París. Sin embargo, debe señalarse que, a diferencia del manejo del armamento nuclear, cuya prerrogativa se han arrogado las esferas más altas del poder político, el cuidado del medio ambiente es un problema en el que la sociedad global entera juega un papel insoslayable, y sobre el cual cuenta con un poder de presión que no puede despreciarse.
Para alejar el riesgo de un daño irreversible a las condiciones de habitabilidad del planeta, es necesario, primero, que las potencias desistan de buscar la afirmación de sus posiciones en el tablero geopolítico mediante demostraciones de fuerza que en cualquier momento pueden salirse de control. Lo anterior atañe de manera primordial a las bravatas del mandatario estadunidense contra Corea del Norte, pero también a los contenciosos que Occidente mantiene con potencias contrarias como Irán y Rusia, así como a la injerencia regional e internacional en los delicados asuntos de Medio Oriente.
En segunda instancia, la sociedad civil, y en particular los ciudadanos de las naciones ricas, por ser quienes llevan estilos de vida a todas luces insostenibles, cobre plena conciencia acerca del impacto de las actividades humanas en el cambio climático, de manera que pueda actuar en dos sentidos: transformando sus propios hábitos, y exigiendo a los poderosos el cese de las prácticas de generación de riquezas que amenazan la viabilidad del planeta en un plazo más corto.
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