To use Wendy Brown's expression about the election of Donald Trump, he is the “black swan” who connects plutocratic authoritarianism with the purest neoliberalism, devoid of any attachment to values such as justice or equity, under the defense of an isolationist nationalism that threatens financial capital.* The poor relationship between nationalism and capitalism is as old as the famous Marxist refrain that "economic power has no country." The extraordinary thing about Trump is the fact that, despite having been created in the innards of capitalism, he should seem so unable to represent it: The monster has taken on a life of its own.
A year after his election, this unpredictable Prometheus has joined the realm of the most nationalistic presidents while the economy smiles on. While stock prices rise on Wall Street, some technology businesses set out to make substantial repatriation of funds instigated by the president's announced tax break. It would seem that, in effect, fortune smiles on the planet’s strongmen, because favorable winds are also blowing for Viktor Orban and Jaroslaw Kaczynski after years of economic recession.** And as these countries continue to emphasize free market economies, the differences between them and countries like Russia and China, supporters of capitalism without democracy, grow smaller.
The worst part, however, is not that these demagogues employ a "call to democracy" to protect their national communities, but rather, that they know that, in an interconnected world, these actions fail to achieve the long-term well-being of anyone. The paradox lies in the fact that their economic advance is only a symptom of their complete loss of control over a runaway economy. Besides deploying politics for their own benefit, our patriotic leaders show us to just what extent politics is unwilling to submit to economic power. This breaks a long-held myth about democracy and the philosophy of history that has been fervently defended: In the face of a Kantian dream of a cosmopolitan, republican government, what is truly globalized is a chilling capitalist model that continues to chip away at democracy.
*Editor’s note: Wendy Brown is an American political theorist who teaches at the University of California, Berkeley.
**Editor’s note: Viktor Orbán is the current prime minister of Hungary. Jaroslaw Kaczyński is former prime minister of Poland and current leader of the populist Law and Justice Party there.
Es la expresión de Wendy Brown para referirse a Trump, cisne negro que aúna el autoritarismo plutocrático al más puro estilo neoliberal, exento de cualquier sujeción a valores como el de justicia o equidad, con la defensa de un nacionalismo aislacionista, perjudicial para el capital financiero. La mala relación entre nacionalismo y capitalismo es tan vieja como el conocido dictum marxista según el cual el poder económico no tiene patria. Lo extraordinario del personaje residiría en que, a pesar de haber sido creado desde los intestinos del capitalismo, este tendría una dudosa capacidad para representarlo: el monstruo habría cobrado vida propia.
Tras un año desde su elección, este imprevisible Prometeo ha entrado en el olimpo de los presidentes más nacionalistas mientras la economía le sonríe. Al tiempo que Wall Street se dispara, algunas empresas tecnológicas emprenden una jugosa repatriación de fondos instigadas por la anunciada bajada de impuestos de su presidente. Parece que, efectivamente, la fortuna sonríe a los hombres fuertes del planeta, pues también soplan vientos favorables para Orbán y Kaczynski tras años de recesión económica. Y mientras siguen comprometidos con las economías de libre mercado, achican diferencias con Rusia y China, promotores del capitalismo sin democracia.
Lo peor, sin embargo, no es que estos demagogos apelen a la democracia para proteger a sus comunidades nacionales, pues saben que en un mundo interdependiente estas acciones no procurarán a la larga el bienestar de nadie. Lo preocupante es el camino de fondo abierto: la paradoja es que su avance económico es síntoma de la completa pérdida de control sobre nuestra desbocada economía. Además de instrumentalizar la política en su propio beneficio, nuestros líderes patrioteros van mostrando hasta qué punto esta ya no es capaz de someter al poder económico. Se quiebra así un imaginario sobre la democracia y la filosofía de la historia que tan esforzadamente lo sostenía: antes que el sueño kantiano de un gobierno republicano cosmopolita, lo que se va globalizando es un escalofriante modelo capitalista que merma cada vez más la democracia.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.