A Little Gift from Jeff Koons

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En los años 80 del pasado siglo, los holandeses Wim T. Schippers y Theo Van den Boogard crearon al personaje de cómic más deliberadamente irritante de todos los tiempos, ‘León el Terrible’, un precedente del Larry David televisivo cuya principal misión en el mundo consistía en incordiar permanentemente a sus semejantes con sus ocurrencias disparatadas. Su mera presencia desataba el caos donde se presentase, pues el muy atorrante siempre encontraba una manera de liarla parda. Recuerdo una historia en la que, sentado a la mesa de un bar, exigía al camarero que le colocara ipso facto un cenicero repleto de colillas para no sentirse tan solo. En otra, le mostraba al dependiente de una zapatería un zapato femenino con tacón de aguja y le pedía el mismo modelo, pero para caballero. Un día fingía un infarto en plena calle para comprobar si la humanidad se preocupaba por él. Y así sucesivamente. Mi aventura favorita de este imbécil es una en la que pretende regalar una enorme estatua de sí mismo al primer ayuntamiento que la acepte. Lógicamente, nadie la quiere.

Me acordé de León hace unos días, mientras me enteraba por la prensa de la última ocurrencia de Jeff Koons, artista y ‘celebrity’. En su inmensa generosidad, Jeff ha decidido regalar una estatua suya a la ciudad de París, en agradecimiento por lo bien que lo han tratado siempre (recordemos su irreverente, aunque hilarante, intervención en el palacio de Versalles). Bueno, en realidad lo único que ha regalado es un boceto de cómo será la estatua en el futuro, cuando se construya. La pieza no es pequeña, pues mide 30 metros, lo que la convierte en un mamotreto no muy fácil de encajar en ningún sitio. Y construirla cuesta, según los cálculos del señor Koons, tres millones de dólares, que, evidentemente, no va a apoquinar él, sino el ayuntamiento de París. La pieza -una mano que sostiene unas flores- tiene su gracia, como todo lo que hace Koons, pero como regalo deja mucho que desear.

Conceptualmente, eso sí, la jugada es magistral y está a la altura de su matrimonio, años ha, con Cicciolina. Lo de Koons supera esos regalos de bodas, grandes y horrendos, de los que es imposible deshacerse porque nunca sabes cuando se va a presentar en tu domicilio el miserable que te lo enjaretó para comprobar que ocupa un lugar destacado en tu salón.

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