Puede que a muchos les parezca genial la brillante idea de colocar a 500 metros del teatro Dolby, donde se celebra la ceremonia de los Oscars, una estatua dorada de un señor en pijama y batín que representa al caído en desgracia Harvey Weinstein. Seguro que todos los figurones de Hollywood -algunos de los cuales, no lo duden, habrán hecho cosas peores que el célebre sobón de The Weinstein Company- aplauden la iniciativa de los artistas Plastic Jesus -una especie de Banksy especializado en intervenciones urbanas relacionadas con el mundo del cine- y Joshua Ginger Monroe -artista conceptual dedicado a las instalaciones-, quienes, en esta ocasión, han sustituido a su Némesis habitual, Donald Trump, por el rijoso productor, y es que esa gente reconoce un buen chivo expiatorio cuando lo ve, y sumarse al linchamiento general de otro siempre es una buena manera de pasar desapercibido y que no se fijen en uno.
A mí, todo este asunto me remite al famoso dicho español “A moro muerto, gran lanzada”. Cuando Harvey pintaba algo -o más bien mucho- en Hollywood, nadie se atrevía a chistar sobre sus deplorables costumbres sexuales; ahora que es un paria, cualquiera puede zurrarle y, además, quedar como un ciudadano ejemplar y progresista. La pieza, situada en la esquina de la avenida La Brea con Hollywood Boulevard, permite sentarse al viandante en el sofá de Weinstein, y puede que tal vez insultarle o pegarle por unas monedas, como en los chistes de Forges, y queriendo hacer justicia, solo consigue cebarse con un sujeto que se ha caído con todo el equipo, lo cual no me parece precisamente un ejemplo de caridad cristiana.
Para colmo, la estatua no es fiel al original. Todos sabemos que el que se pasaba la vida en pijama y batín era Hugh Hefner, el creador de ‘Playboy’, un gentleman erotómano sin nada que ver con el cochino de Weinstein. Harvey era de los de albornoz sobre la piel, convenientemente abierto para exponer el miembro enhiesto. Ésa habría sido la representación adecuada del interfecto, pero entonces el Hollywood biempensante no habría visto con tan buenos ojos la pieza de Plastic Jesus y su compadre, a quienes propongo que lleven a cabo mi idea con alguien de la catadura de Weinstein, Dominique Strauss-Kahn, y le endilguen la obra al FMI para que la coloque en un sitio visible de su sede.
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