El TLCAN y el orden natural
Pues que la séptima ronda del TLCAN, no salió. El tratado parece tambalear y, hoy por hoy, tal como están las cosas, nadie debería alegrarse por ello. Aunque, de otra parte, ya sabemos que Donald Trump es un absoluto desvergonzado que tiene permanentemente voluntarias digresiones, no sólo en el discurso, sino también en las negociaciones de lo que sea, con un propósito calculado: marear a la perdiz, en este ca¬so, principalmente, a los negociadores mexicanos y a sus jefes, los gobernantes que padece este país.
Por más coloquial que parezca, esa expresión tiene un origen cinegético: a las perdices primero se les marea, y ya que están en suficiente estado de aturdimiento y atontadas, son atrapadas. No sería extraño que los negociadores mexicanos actuaran como perdices y crean que no les queda más que dejarse atrapar por la voracidad trumpiana.
Pero si el TLCAN está siendo encaminado hacia el barranco, es una mala noticia para México, para el corto plazo. Para el largo plazo, como siempre, todo depende de lo que hagamos: podemos o no podemos arreglar la casa de todos, que aquí no sólo vi¬ven los exportadores. El panpriísmo ha mostrado hasta la saciedad que no puede, y no puede porque ha vivido bajo la religión neoliberal y el papel que le asignó el gobierno de Es-tados Unidos, con el Consenso de Washington: prohibido meter las manos a la libre operación de los mercados.
Trump está decidido a hacer lo que digan sus pistolas, y como le gustan las guerras comerciales, y dice que es fácil ganarlas, parece estar atrincherado, listo para que sus pistolas atruenen y, tal vez, reviente de una buena vez el peor tratado que Estados Unidos (EU) ha firmado en su historia, que así ha llamado al TLCAN.
El gobierno salinista y sus sucesores firmaron ese tratado para que los exportadores tuvieran la ventaja comparativa de unos salarios aplastados por el libre mercadolaboral mexicano. El compromiso del gobierno era ese: mantener salarios de hambre. Eso garantizaría muy principalmente a las empresas estadunidenses exportadoras, asentadas en territorio mexicano, su competitividad, en el propio mercado gringo. Tanto es así que las mayores gananciosas del tratado han sido esas empresas.
Pero según el gobierno salinista y sus sucesores, el tratado nos llevaría al primer mundo. En realidad, nos llevó, como parte del plan neoliberal, a la peor concentración de la riqueza, a la ma¬yor desigualdad socioeconómica de la historia mexicana. Ahora, el neoliberal candidato Meade nos repite la misma fraudulenta promesa de convertirnos en potencia mundial.
Por su parte, Trump desconoce el tratado porque le parece tramposo que México compita con salarios de hambre. Como el gobierno mexicano no va a seguir una política que establezca una tendencia a igualar los salarios mexicanos con los de EU, Trump apeló a las reglas de origen que se aplican a los insumos que entran en la fabricación de autos. Estas reglas dicen que 62.5 por ciento del valor de los insumos deben originarse en Estados Unidos. Trump quiere que sea 80/85 por ciento. Y al tiempo que ponía sobre la mesa esa propuesta sobre las reglas de origen, anunció un gravamen a las importaciones estadunidenses de acero y aluminio, de 25 y 10 por ciento, respectivamente.
Es, entre otras vías, de ese modo, como Trump quiere crear empleo en EU y, al mismo tiempo, disminuir o eliminar el superávit comercial que México tiene con ese país.
Pero resulta que México pierde ese superávit y lo convierte en déficit, debido a que los insumos que utilizan las exportadoras gringas en México, los compran en Asia, principalmente en China.
Así Trump se siente muy listo, y las guerras comerciales le resultan bue¬nas y fáciles de ganar, porque con la regla de origen de 80/85 por ciento, Trump quiere disminuir el déficit con México (y con Canadá) y, con la misma jugada, minar el comercio internacional de China.
El anterior es un ejemplo de la forma en que Donald Trump atenta contra la globalización. Otras decisiones, de naturaleza semejante, está procesando en relación con la Unión Europea y con la cancelación del Tratado de Asociación Transpacífico (TTP, por sus siglas en inglés). En realidad, este último no tenía mayor contenido de valor; retirarse de este tratado fue, de parte de Trump, una mueca mediática.
De este modo, el mercado libre, que juran los neoliberales que es un orden natural, resulta que sí puede ser intervenido por un homo cuasisapiens, como Trump. En 2011 el profesor Bernard E. Harcourt, ¡de la Universidad de Chicago!, publicó The Illusion of Free Markets: Punishment and the Myth of Natural Order. En el libro señala lo que está a la vista: los mercados libres, siempre están regulados, ya por los gobiernos o, directamente, por los propios empresarios ricos.
Harcourt examina el Chicago Board of Trade y la Bolsa de Valores de Nueva York. Analiza los intercambios que ahí tienen lugar y encuentra que estos intercambios son ampliamente vistos como epítome del libre mercado, pero en realidad son monopolios privados autorregulados y protegidos por la legislación. Sus reglas son establecidas por las firmas miembro y vigiladas por comités internos que determinan los métodos y el tiempo de negociación, así como quiénes pueden participar. Como era de esperar, las reglas favorecen a quienes las hacen. No hay sorpresa alguna: cuando a unos pocos se les permite hacer las reglas, dirigirán los mercados a sus propios intereses.
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