A Restrained Attack in Syria That Leaves Everything As It Was

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Un ataque contenido en Siria que deja todo como estaba

Estados Unidos, secundado esta vez por Francia y Reino Unido, lanzó ayer su anunciada ofensiva bélica contra el régimen de Asad, una operación de castigo mucho más contenida de lo que amenazaban los incendiarios tuits de Trump. Las potencias no podían dejar impune el último ataque de Damasco con armas químicas que, según varias ONG sobre el terreno, habría causado decenas de civiles muertos. Pero, al mismo tiempo, la secuencia de los hechos confirma que Washington y sus aliados han optado por la máxima contención y se han cuidado de no dañar más las ya agrietadas relaciones con Rusia, la gran valedora de Asad.

Cualquier intervención militar no avalada por Naciones Unidas suscita lógica controversia. De ahí que quepa felicitarse por la proporcionalidad de esta operación, limitada a destruir infraestructuras militares en las que, al parecer, el régimen sirio almacenaba y fabricaba armas químicas. Además, el ataque, sumamente preciso -ayer sólo se habían confirmado tres heridos- resultaba necesario como advertencia disuasoria a Asad de que la comunidad internacional no va a permanecer de brazos cruzados si persiste en la monstruosa violación del protocolo de Ginebra que prohíbe el desarrollo, la producción, el almacenamiento y el empleo de armas químicas; no digamos ya su lanzamiento sobre población civil.

Pero, más allá, este ataque internacional no tendrá ningún efecto geoestratégico. Cabe incluso considerarlo más una escenificación de fuerza que una operación militar real. Porque, como decimos, todo ha estado muy medido para minimizar los riesgos de represalia de Moscú. Desde que la Casa Blanca anunció un castigo, se había dado tiempo más que suficiente a las tropas sirias, rusas e iraníes en el terreno para resituar sus posiciones y, lo más desconcertante, para que Damasco pudiera proteger sus arsenales. Y, además, lo ocurrido ayer no cambia lo más mínimo la dinámica bélica en Siria ni perturba el gran avance del régimen de Asad en una guerra civil que desde que estalló, hace siete años, se ha cobrado la vida de 350.000 personas y ha producido el mayor éxodo humano desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

La ofensiva de ayer es legítima. Pero no oculta la falta de una estrategia occidental para Siria. Clausewitz decía que la guerra es una mera continuación de la política por otros medios, pero en el caso de la Administración Trump, tristemente, no hay política alguna para Oriente Próximo. De hecho, su inacción ha sido muy bien aprovechada por Putin, quien no tardó en ocupar el vacío de poder y se ha erigido en mucho más que en árbitro de la guerra siria. Occidente se ha entregado al cinismo de la realpolitik y desde hace meses prefiere taparse la nariz y mirar hacia otro lado aceptando a Asad como un mal menor, como parte de la solución en vez de como lo que realmente es, parte del problema.

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