En la renegociación del TLCAN, el gobierno de México está insistiendo en lograr las mejores condiciones en favor de la población en general, con atención especial a los trabajadores. Contra este propósito ha aflorado una profunda incomodidad norteamericana con el TLCAN. Para el presidente Trump, el crecido déficit que su país registra en sus relaciones económicas con México se convirtió en su obsesión y único referente.
Es esto lo que disparó la ácida confrontación actual entre los dos países fomentada por la indudable repugnancia que ese mandatario siente hacia nosotros por razones de raza.
Más importante que lo anterior son las discrepancias básicas entre las visiones del actual presidente norteamericano y del gobierno mexicano sobre cómo realizar el desarrollo de un país. Donald Trump se alía a un crudo concepto de la libre empresa, siempre y cuando coincida con su experiencia personal de manejo de sus propios negocios y que, de paso, igual vale para resolver los problemas que llegan al gobierno más poderoso del mundo. La ruta hacia la hegemonía mundial es simple extensión de la que ha usado para imponerse en su propio entorno empresarial. El rechazo en México es total y el inevitable choque se da en el tema del TLCAN. Las pretensiones de Trump son inaceptables y en su discusión va de por medio la supervivencia del tratado.
El que México no haya planteado la renegociación o desaparición del acuerdo da una posición de ventaja, ya que aun habiendo propuestas de mejoras que pudieran introducirse, podemos seguir utilizando el TLCAN en su versión actual. La prisa no es nuestra. En el caso de ser denunciado por Trump, queda todavía un plazo de aplicación.
Pero hay situaciones políticas que dictan que las decisiones no tarden demasiado. El presidente Trump está en sus peores índices de popularidad, acosado por todos lados por enemigos que él mismo a diario se fabrica, su predicamento es grave. Las complicaciones que se le acumulan en estos días, unas de tipo tan personal, como sus peculiares y bastantes relaciones femeninas, u otras que se derivan de seguir adelante con sus negocios mientras intenta desempeñarse como el jefe del país más poderoso del planeta.
A lo anterior se añaden las indagaciones formales sobre la interferencia del Kremlin en las elecciones que llevaron a Trump a la Casa Blanca. Las elecciones a finales de año en Estados Unidos podrían acabar con la mayoría republicana en la Cámara de Diputados que lo defiende. Por ahora, un Trump debilitado es cuestionado por todos y en todos sentidos.
Al presidente Trump le urge deshacer el gigantesco y peligroso rompecabezas que él mismo armó. Salvar al TLCAN, como ironía del destino, le favorecería. Le respaldaría la industria y la banca de Estados Unidos y se dedicaría a explicarle a sus partidarios obreros las bondades del nuevo giro de su actuación.
Los calendarios políticos son bastante estrechos en ambos países. Para México, las elecciones presidenciales a principios de julio dan razón para especular qué sucederá si López Obrador triunfa y cumple su propósito de acabar con el TLCAN. Hay quienes quieren conjurar ese peligro apresurando la firma del texto terminado al vapor.
La crítica que se le hace al TLCAN es que acabó con la diversificación de nuestro comercio exterior, condenándonos a ser dominados por nuestros clientes americanos. La fácil respuesta está en los tratados y alianzas que se han firmado, aunque sigan desaprovechados.
Tomando todo el panorama en consideración, puede concluirse que el desarrollo de México queda mejor asegurado contando con el TLCAN que sin él. De hacérsele cambios, habrá que mantener incólumes las rebajas arancelarias ya consolidadas, el sistema de atención a controversias en vigor y las reglas de origen en materia automotriz.
No hay que asustarnos ante la perspectiva de quedarnos sin TLCAN. Eso podría ser benéfico. Nos sacudiría de la modorra empresarial en que nos hallamos y que retrasa la diversificación de nuestro comercio exterior.
La próxima ronda de negociaciones se proyecta del 23 de abril hasta el 4 de mayo. Lo que toca hacer es ser firme en los puntos medulares de nuestro interés, seguir jugando bien nuestras cartas y, simultáneamente, hacer lo necesario para fortalecer estructuras económicas y jurídicas para que con ellas México contribuya cada vez más a la paz y prosperidad propia y del mundo.
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