Las palabras en política no son neutras. Nunca lo han sido. Si lo fuesen, los diferentes departamentos de seguridad de Estados Unidos no destinarían presupuestos millonarios a que destacados lingüistas y psicólogos establezcan los términos que deben utilizar funcionarios del Gobierno y medios de comunicación para inocular globalmente esos términos. La simulación es antigua y rutinaria.
Hace poco más de una semana se anunció la venta de armas estadounidenses a Arabia Saudí y Bahréin por más de 1.000 millones de dólares. Mike Pompeo afirmó que se trata de operaciones que contribuirán a la consecución de objetivos de la política exterior de EE UU, y harán más seguro el mundo.
Si los vendedores son otros, el lenguaje cambia: entonces esas armas romperán el equilibrio militar y contribuirán a la inestabilidad y la inseguridad en la zona. Es decir, representarán un peligro para la paz en el mundo. “Rusia continúa vendiendo armas y equipamiento militar a regímenes hostiles que ni comparten ni respetan los valores democráticos”, denunció Rex Tillerson, exsecretario de Estado. La resurrección imperial de Rusia también exige artificios gramaticales. En 2017, Moscú vendió a Arabia Saudí sistemas de defensa antiáerea, misiles antitanque, lanzagranadas y fusiles. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, calificó de infundadas las críticas: el mundo estará más seguro con esas ventas.
Reflexionar sobre esas formas de expresión pone los pelos de punta. Uno de los principios del embaucador Joseph Goebbels fue la vulgarización de la propaganda: debe adaptarse al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida; cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar; la capacidad receptiva de las masas es limitada, su comprensión, escasa, y olvidan fácilmente.
Pompeo habló para tontos después reunirse con el dictador norcoreano, de quien dijo: “Kim Jong-un está preparado para ayudarnos a lograr la desnuclearización”. Subrayó ayudarnos como si aquel fuese el recadista de la película. “Cuando me marché, había entendido la misión exactamente como la he descrito”, que es como decir: Kim es un niño antojadizo que gracias a mis artes pedagógicas entendió exactamente la lección que le expliqué.
El laboratorio encontró una formula a la medida de Donald Trump: “La responsabilidad de la paz en la península coreana recae sobre mis hombros. (…) Esto es un problema global y espero ser capaz de hacerlo para el mundo”. El presidente podría inspirar al paraguayo Augusto Roa Bastos, si viviese, para reescribir Yo el Supremo, que novela la figura del dictador paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia.
Los lingüistas de la Casa Blanca deberán esmerarse ahora en la desinfección de Gina Haspel, nueva directora de la CIA, a la espera de confirmación. Según la ONG estadounidense National Security Archive, Haspel supervisaba personalmente las torturas a detenidos en cárceles secretas de la CIA.
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