Donald Trump's irritable, irreverent temperament is the acid on everyone's lips in our planet's political circles, but his true insolence is more implicit than all the crude insults. In the last forum where he really took the lid off the can, in the Group of Seven leading industrial nations summit with all his world leader counterparts, the business magnate made it clear that the United States is a piggy bank that everyone robs. Such harsh words for such fine ears!
The reality is that in the depths of the U.S. president’s brain is the cemented conviction that U.S. trade is being controlled by the rest of the world, in particular its main partners, while the country is left alone to shoulder the economic weight of NATO for the benefit and security of others. For him, this is all misunderstood magnanimity, and for the U.S. to tolerate it is the same as allowing the rest of the word to laugh behind the back of the great superpower.
Looking at it rationally, what is becoming clearer in the global market today is that the U.S. cannot, in a fair fight, continue to maintain the trade deficit that it has dragged along for years without seeing severe, structural problems in its economy. The numbers aren't pretty, to say the least. Last year the U.S. spent $793 billion more than it was able to bring in outside its borders. In the case of China, the Asian giant bought over $376 billion in foreign products from the Americans.
Clearly, numbers of this size can’t be simply ignored. Nor can the superpower be expected to shrug off damage of this magnitude. The sensible thing to do would be to look for a way of shrinking this enormous hole facing Washington.
And so, the increase in tariffs and the spread of a protectionist arsenal against the entire world and against China, which alone accounts for half of the deficit, can't simply be chalked up to a matter of more rash, circus tactics by the American leader, but as an actual proposal for a solution, expressed loudly and inadequately. It's worth mentioning that the trade imbalance is now 24 percent higher than when Trump was first sworn in a little over a year ago.
The team in the White House is well aware that any increase in tariffs serves as much to reduce U.S. trade with the rest of the world as it does to penalize the American consumer. Returning to cheap criticism, we have to wonder whether Trump's wild attitudes could be part of a well-crafted drama that serves his every interest.
In the end, what we have come to learn is that good judgment triumphs, and that he who hurls names against his equals changes his tune and returns to the fold when his advisers tell him to.
El temperamento iracundo e irreverente del mandatario Donald Trump es materia de ácida comidilla en todos los círculos políticos del planeta pero, en la realidad, sus desplantes llevan implícitos bastante más que gestos toscos o insultantes. En el último foro en donde se le fueron todos los tapones, en la reunión del G7 con todos sus pares de las grandes ligas mundiales, el magnate llegó a afirmar que Estados Unidos es un cerdito al que todos roban. Difícil de escuchar para tan finos oídos!.
La realidad es que en el fondo del pensamiento del Presidente de los Estados Unidos está atornillada la convicción de que su país, en el área del comercio está siendo ordeñado por el resto del mundo y por sus grandes socios particularmente, mientras el país carga solo con el pesado fardo económico de mantener casi en exclusiva a la OTAN para beneficio de la seguridad de todos. Para él esta es una magnanimidad mal entendida, y tolerarlo equivale a permitir que el resto del mundo se burle a sus espaldas de la gran potencia.
Viéndolo desapasionadamente, lo que hoy se está dilucidando en los mercados globales internacionales es que EEUU no puede, en justa lidia, seguir manteniendo el déficit comercial que viene arrastrando por años con el resto del mundo sin que ello revierta en un severo problema estructural para su economía. Las cifras son gruesas, por decir lo menos.
Estados Unidos le compró al mundo el año pasado 793.000 millones de dólares más de los que ellos fueron capaces de colocar por fuera de sus fronteras. En el caso de China, el coloso de Asia consiguió colocar productos en suelo gringo superando en 376.000 millones de dólares lo que le compraron los chinos a los americanos.
No se puede mirar con simplismo cifras de este calibre, eso es claro. Ni se puede esperar que la gran nación americana desatienda una distorsión de esta magnitud. Lo sensato es buscar términos equitativos para disminuir la enorme brecha que penaliza a Washington.
De allí que el aumento en los aranceles y el despliegue de un arsenal proteccionista contra el mundo entero y contra China en solitario, quien sola detenta la mitad del déficit no puede simplistamente ser calificado como una actuación destemplada y circense del mandatario americano, sino como una propuesta de solución, expresada, eso sí, con estridentes e inadecuados decibeles. Valdría la pena recordar que el desequilibrio de la balanza comercial es hoy 24% más alto que cuando Donald Trump juró la presidencia hace poco más de un año.
No se le escapa al calificado equipo con el que cuenta la Casa Blanca que cualquier aumento de aranceles sirve tanto para reducir las compras de Estados Unidos al resto del mundo, como para penalizar en la misma medida al consumidor americano. Y que lesiona por demás, y con severidad, a las empresas locales que maquilan en Asia muchos productos que reimportan con valor añadido a suelo norteamericano.
Para volver a la crítica barata, habría que pensar que las actitudes destempladas del Sr. Trump pudieran ser parte de un bien cuidado histrionismo muy útil a sus fines.
Lo que hemos venido comprobando, a fin de cuentas, es que la sindéresis triunfa y que desde la Casa Blanca, el mismo que ha lanzado epítetos en contra de sus iguales recoge velas y vuelve al redil cuando sus asesores así se lo exigen.
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U.S. companies, importers and retailers will bear the initial costs which most economists expect to filter through the supply chain as a cost-push inflation.