El viernes, el presidente Donald Trump impuso aranceles sobre US$34.000 millones de exportaciones chinas. China tomó represalias contra las exportaciones estadounidenses valoradas al mismo monto. En lo que va del año, Estados Unidos y sus socios comerciales han aplicado impuestos sobre US$165.000 millones de bienes comerciados a nivel internacional. Es el más importante uso de aranceles por EE.UU. desde 1930, cuando se impuso la ley proteccionista Smoot-Hawley, que empeoró la Gran Depresión, según el experto Douglas Irwin.
Este enfrentamiento entre los dos países con las economías más grandes del mundo puede ir de mal a peor, perjudicando el crecimiento global. Ya Trump promete pronto imponer aranceles sobre otros US$16.000 millones de exportaciones chinas y podemos esperar represalias semejantes por parte de China, a las que Trump dijo que responderá con más proteccionismo sobre otros US$100.000 millones de bienes chinos. Mientras tanto, el gobierno de Trump está preparando aranceles sobre unos US$300.000 millones en importaciones de automóviles y repuestos. Habrá represalias proteccionistas por parte de los países afectados.
En poco tiempo, la guerra comercial puede afectar a un millón de millones de dólares de comercio estadounidense –el 25% del comercio de bienes de EE.UU.–. Y eso, según el experto Dan Ikenson, es sin considerar la verdadera posibilidad de que el comportamiento estadounidense incentive a otros países a aumentar sus aranceles por encima de lo que esté haciendo EE.UU.
Trump es el primer presidente desde la década de 1930 que se ha alejado del compromiso explícito de EE.UU. de reducir barreras comerciales internacionales. En lugar de ello, está violando reglas globales de intercambio económico y poniendo en duda las instituciones que han amparado al comercio mundial.
Que Trump realmente crea que las guerras comerciales son fáciles de ganar es un reflejo de su auténtica fe en el proteccionismo. Se equivoca olímpicamente. Desafortunadamente, su ignorancia al respecto ya está reduciendo la prosperidad al disminuir la competencia y crear un ambiente de incertidumbre internacional.
Por ejemplo, los aranceles que Trump elevó este año sobre el acero y el aluminio protegieron a miles de trabajadores estadounidenses que producen esos metales. Pero aumentó el costo de todas las industrias –como el de la automotriz– que dependen de esos productos. Por lo tanto, esas industrias y sus trabajadores, que son muchos más que los trabajadores en los sectores protegidos, terminan pagando los costos. De hecho, se estima que los aranceles sobre el acero y aluminio producirán una pérdida neta de 400.000 puestos de trabajo en EE.UU.
Los aranceles que Trump impuso sobre China dañan la economía estadounidense por la misma razón. El 95% de los bienes chinos afectados son insumos intermediarios y bienes de capital (maquinaria). En otras palabras, el sector manufacturero y un rango de empresas estadounidenses serán los más perjudicados por las medidas de Trump.
El desacierto de Trump se agiganta porque su visión comercial es anticuada. Hoy por hoy, el 80% de comercio internacional lo conducen corporaciones multinacionales o se hace a través de cadenas globales de valor, según el Peterson Institute. Es decir, producir un producto como un iPhone requiere de producción en numerosos países que contribuyan en algo al valor. Eso enriquece a la empresa matriz (en este caso, Apple) y a los consumidores. Los aranceles estadounidenses pegan fuerte a las empresas, trabajadores y consumidores estadounidenses.
Por la misma razón, pegan fuerte a la economía global. Reducen la prosperidad en las economías más importantes del mundo y las economías –como la china o las latinoamericanas– que producen insumos. Reducen así la prosperidad del mundo entero. Dado que Trump ha creado incertidumbre acerca del futuro del comercio, caerá aún más el potencial global de crear riqueza.
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