La gira de Trump por Europa sólo puede calificarse como una calamidad diplomática y, su último capítulo, la reunión con Vladimir Putin, en Helsinki, ha concluido con el mayor escándalo que se recuerde en un presidente estadunidense: Trump embelesado con Putin, creyendo más en su palabra que en las investigaciones del FBI, de las 17 agencias de inteligencia de su país, del departamento de Justicia y del Congreso. A todos desechó Trump después de dos horas a solas con Putin. En esta ocasión ni los republicanos más acérrimos han podido defender a Trump.
La importancia de la delegación que el Presidente de EU envió a México la semana pasada confirma que nuestro país está en su radar geopolítico, en una estrategia que se ve irracional en un ámbito, pero que en su lógica tiene todo el sentido. Y no es algo nuevo. El 15 de noviembre del 2016, apenas unos días después de su sorprendente triunfo electoral publicamos aquí qué era lo que se proponía hacer Trump cuando asumiera la Presidencia de su país. No era especulación, era parte de una plática con miembros cercanos de su equipo, aquí en México.
Lo que estaría planteando Trump, decíamos aquel 15 de noviembre, es una suerte de guerra comercial en toda la línea, con cambios en equilibrios globales, pero también en los principales paradigmas del orden mundial. Si hay algo que representa los paradigmas actuales en la política internacional es el respeto a los principios surgidos tras las guerras napoleónicas con la llamada Paz de Westfalia. Las consecuencias de aquel tratado fueron la aceptación del principio de soberanía territorial, el principio de no injerencia en asuntos internos y el trato de igualdad entre los Estados, independientemente de su tamaño o fuerza.
En la práctica, todos sabemos que las cosas no fueron siempre así y que los resultados que devinieron en el último siglo y medio fueron muy desiguales para los diferentes Estados. En su último libro, llamado Orden Mundial, Henry Kissinger propone una suerte de nueva Paz de Westfalia para el mundo, adecuada a los nuevos tiempos, que permita la convivencia entre sistemas políticos, adheridos a unas normas de convivencia básica. Es, básicamente, lo que planteaba también Hillary Clinton.
La administración Trump, decíamos en noviembre del 2016, parece estar pensando en algo muy diferente: con el distanciamiento profundo con China y la creación de bloques que tengan en el centro a EU, se plantea un acercamiento, no es un secreto para nadie, con Rusia.
En este sentido, considera que Rusia (y Turquía) son las piezas esenciales para acabar con el Estado Islámico y para ir recuperando la estabilidad en Oriente Medio. Por supuesto, en ese sentido, pensando en una operación militar antiISIS, la fórmula tendría que pasar por un acuerdo con Rusia que respaldaría a su vez al régimen de Al Assad, para derrotar a esa fuerza terrorista y así cortar tanto el flujo de refugiados hacia Europa y otros países como las propias amenazas terroristas.
Ésa será la principal divergencia con Europa. El orden de Westfalia, como diría Kissinger, es el que se recuperó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y ha marcado la diplomacia internacional desde entonces.
Pero Trump quiere una Europa más activa y más intervencionista y si siente que no compartirá con él sus objetivos, no tendrá temor en alejarse de ella. Aunque pueda parecer para muchos una temeridad, en la lógica de Trump, si no sirve para sus objetivos centrales, la OTAN es una antigüedad onerosa. Prefiere acuerdos puntuales y con naciones específicas.
Por eso, el acercamiento con Gran Bretaña y los líderes del Brexit (que están en su misma lógica) y su alejamiento con Angela Merkel. Trump se inclinará a defender intereses más que principios y en ello tendrá una base de confrontación con los regímenes europeos, por lo menos, los más liberales y es la base de acercamiento de Trump con la neoderecha europea, por una parte, y con Putin por la otra.
El otro capítulo central, concluía aquel texto, es el de la energía. Trump apostará, no es secreto para nadie, por las energías tradicionales, con todos sus derivados como el fracking, sin excesivas preocupaciones por el calentamiento global. Ésa será, también, una base de consensos con Rusia, podría serlo con México y, sin duda, será uno más de los instrumentos para la disputa con China. Hasta ahí el texto de noviembre del 2016.
Lo que decía Trump en la campaña y lo que analizábamos, entonces, se ha cumplido a cabalidad e incluso Trump ha ido más allá. Ha calificado a la Unión Europea de enemiga de EU, ve a Putin como un amigo y socio, no ha hecho nada en Siria que moleste a Al Assad, no ha movido un dedo para matizar el creciente endurecimiento de Erdogan en Turquía y ha comenzado una guerra comercial con China, no quiere convenios globales, sino unilaterales, con Gran Bretaña, con México o con Canadá. Y prefiere tratar con gobiernos fuertes, centralizados, autoritarios, que con democracias “débiles”, como consideró nada menos que a los alemanes. Ése es el nuevo mundo.
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