Trump Is Stranger Than Fiction

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Trump supera a la ficción

El presidente de Estados Unidos usa técnicas del teatro del absurdo en la creación de su propio personaje. Es fascinante a pesar de todo

Puedo pararme en la mitad de la 5ª Avenida y pegarle un tiro a alguien, que igual no voy a perder votos”. Lo dijo Donald Trump, claro, en medio de una campaña electoral que lo llevó a la presidencia del país más poderoso del planeta.

Se refería a la lealtad de sus seguidores y lo decía en un estrado frente a miles de ellos, como si dijera: “Haga lo que haga y diga lo que diga, ustedes me van a votar, porque saben lo que es bueno”. Y de paso también se reía en la cara de sus adversarios: “Hagan lo que hagan y digan lo que digan, no me van a detener”.

El alarde resultó certero, en gran parte gracias a un procedimiento de diseminación de noticias falsas que mostraban la “verdadera” cara de su adversaria. Sin embargo, logró, mediante una insistencia abrumadora, endilgarle la expresión fake news media (prensa de noticias falsas) a los medios de prensa que intentaban la cordura, la investigación y el análisis de los hechos.

¿Quién se atrevería a postular semejante personaje en una obra de ficción? Ha habido varios intentos. Uno de los que más se le parece es Ubú, el que da nombre a la obra de teatro Ubú Rey, del francés Alfred Jarry.

Ubú es un tirano muy malvado que además es gran doctor en patafísica, una disciplina que a todas luces pretende instaurar el absurdo en el universo. La administración Trump, por su parte, con gran hondura patafísica, niega los hechos más evidentes y esgrime que la verdad es un concepto relativo y que, contra los hechos, existen “hechos alternativos”.

Trump es mucho más parecido al rey Ubú que a Frank Underwood, el inescrupuloso protagonista de la serie House of Cards. Underwood lleva los métodos tradicionales del engaño hasta el extremo. Trump, en cambio, abre nuevos caminos y usa la retórica de líderes como el norcoreano Kim Jong-un o el filipino Rodrigo Duterte.

Su forma preferida de escaparse de un escándalo es crear otro mayor. Cuando parece que está acorralado por un problema, abre un flanco todavía más promisorio para sus adversarios, y ante la explosión de denuncias de los medios, reacciona acusándolos de “enemigos del pueblo americano”.

Cada vez que sale de Estados Unidos crea un conflicto internacional. Es algo que le fascina. No ha desaprovechado ninguna oportunidad de despreciar a sus aliados europeos y a su vecino Canadá, en tanto que se lo ha visto muy a gusto en sus reuniones con los hombres fuertes de Corea del Norte y de Rusia.

Durante la interminable campaña electoral fue el rey del espectáculo y desde que es presidente lo ha sido todavía más. Ha logrado dividir al pueblo estadounidense más que nunca, de tal manera que no importa si lo que hace está bien o está mal. Lo que importa es si estás con él o contra él.

Hay algo que Trump entiende muy bien y que ha llevado a límites hasta ahora inconcebibles: el malo es un personaje muy atractivo. Hay muchas cosas innecesarias que hace el presidente de Estados Unidos para mantener el estatus de villano: su simpatía con los nazis, las deportaciones que separan a padres e hijos, la elección de las peores personas para ocupar los cargos más importantes de gobierno.

A esta altura parece evidente que el absurdo en la estrategia de Trump tiene un método, está “fríamente calculado”, como diría el célebre personaje de Chespirito. Lo que me tiene perplejo es su relación con Vladimir Putin.

Está claro que el ruso lo ayudó a ganar las elecciones, pero lo normal sería que ahora Trump intentara desmarcarse o que diera señales incoherentes para confundir y aburrir al público, como ha hecho en tantos otros casos. Sin embargo no lo ha hecho sino que, por el contrario, ha expresado de diversas formas su admiración y afecto por el líder ruso.

Tal como sucede como los grandes personajes de la literatura y el cine, Trump mantiene en vilo a los espectadores del mundo entero. Lo incómodo es el hecho de que compartamos la trama con él, que aunque cerremos el libro o cambiemos de canal, seguirá al acecho.

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