Nixon, Lewinsky y Trump
Aunque el caso Michael Cohen no se denomine Trumpgate ni Stormy Daniels se apellide Lewinsky, los turbios asuntos de la campaña presidencial de Donald Trump cada vez recuerdan más al largo y tortuoso camino de desprestigio y deterioro político que sus predecesores, Richard Nixon y Bill Clinton, vivieron en los años 70 y 90. Su abogado personal, especialista en arreglar problemas en la jerga de Tarantino, admitió ante el FBI haber pagado a dos mujeres para ocultar sus relaciones con el candidato; y el jefe de la turbulenta campaña de Trump, Paul Manafort, ha sido acusado de ocho delitos monetarios y podría tener que negociar su situación y su condena explicándole al fiscal Mueller que hay de cierto y que hay de fake en los apoyos rusos a la campaña del Presidente. Todos los elementos para una crisis de enorme magnitud que genera incertidumbre y perplejidad fuera de Estados Unidos, pero no tanto dentro de un país cuyas instituciones, prensa incluida, han puesto contra las cuerdas históricamente a políticos, altos cargos, congresistas y presidentes.
El caso Trump, a día de hoy, pocas semanas antes de que se inicie la campaña para las elecciones al Congreso, reúne por un lado un escándalo de faldas y un posible delito federal por alteración fraudulenta del proceso electoral, cuestiones ambas que generan un rechazo visceral en la moral del votante republicano conservador y en la ética política de cualquier demócrata tradicional americano, vote a quién vote. Y por otro, alarga la lista de los colaboradores del candidato a Presidente que incurrieron en ilegalidades, declaraciones falsas o delitos: Rick Gates, Michael Flynn, George Papadopoulos y ahora Manafort y Cohen. Casi todos los hombres de campaña del Presidente, emulando a los espías del edificio Watergate, para robar información del Partido Demócrata en beneficio de la reelección de Richard Nixon.
Las elecciones del midterm van a pasarle factura al Presidente. Los demócratas aprovecharán la debilidad de sus rivales, y los candidatos republicanos con opciones se van a desentender de Donald Trump para salvarse de la quema y para posicionarse ante unas hipotéticas elecciones en 2020 sin candidato a la reelección. Unos y otros conscientes de que, aunque pueda parecernos increíble, la democracia americana puede avanzar sin un Presidente fuerte. Aunque no pueda hacerlo sin unos intereses bien definidos, expuestos al electorado con claridad y legítimamente defendidos.
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