Para la próxima
Basta con fijarse en las caras. La del juez de silla Carlos Ramos, que se supo solo desde el mismo instante en que Serena Williams le apuntó con su dedo índice, la cara de Naomi Osaka, que además de la primera japonesa en ganar un Grand Slam se convirtió en la primera que pidió perdón por hacerlo, la del comisario y la comisaria que bajaron a la pista, a los que Williams les decía “tú sabes que tengo razón” y ellos no contestaban y juntaban las palmas de las manos así como rezando. En esos rostros había pavor porque todos eran conscientes de lo que hoy significa enfrentarse a una víctima y Serena estaba desplegando toda la capacidad destructiva de su autoconcedida condición. Sexismo, lágrimas y hasta la educación de su hija: un combo perfecto.
Cuando el juez de silla amonestó a Serena por recibir instrucciones de su entrenador, ella sucumbió a la ira, en la jugada siguiente destrozó la raqueta y, cuando fue reprendida por ello, llamó al árbitro ladrón y le pidió que se humillase ante ella. Como esto suele tener sus consecuencias, Serena aplicó el célebre paliativo y demostró que no hay una agresión más devastadora en su sutileza que la de hacerse la víctima. Porque funciona, incluso para alguien que es rico, admirado y famoso, que es todo lo que es Serena Williams y no es Carlos Ramos. La primera fue aclamada por el público durante la entrega de los trofeos y el segundo no pudo asistir; ella recibió el respaldo inmediato de la WTA y de otras figuras del deporte y él carga con toda la historia del patriarcado sobre sus hombros. Los viejos marxistas estarían hoy hablando de la lucha de clases, pero el motor de la historia ha cambiado y también el sujeto histórico, que ya no es el proletariado sino la víctima y por eso el árbitro es el opresor y la estrella la oprimida y no al revés.
En la rueda de prensa, Serena Williams apuntaló el argumentario a pesar de que su entrenador ya había admitido que hizo los gestos que propiciaron la decisión del árbitro. Había sido justo, o sea, el ladrón. Daba igual, porque la tenista ya no hablaba de tenis: “Estoy aquí luchando por los derechos de las mujeres y por la igualdad y por todo tipo de cosas”. Y al final subrayó: “Siento que el haber pasado por esta experiencia es solo un ejemplo para la siguiente persona que tenga emociones, quiera expresarse y desee ser una mujer fuerte. Se les permitirá hacerlo por lo de hoy. Tal vez no funcionó para mí, pero va a funcionar para la próxima persona”. Y puede que en esto tenga toda la razón.
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