Blowguns

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Cerbatanas

El día de su toma de posesión, cuando habló ante el Mall para sus “deplorables”, Trump anunció que secaría the swamp, el pantano. Se refería a un ecosistema palúdico, el representado por las elites parasitarias y los grupos de presión de Washington que tenían una noción patrimonial del poder y para los cuales Trump era un OVNI detectado en los radares, un advenedizo. Más allá de lo mucho que recordaba eso a la casta contra la cual Podemos se hizo una reputación temprana, el pantano era una ocurrencia perfecta para que la América deplorable pudiera imaginar dónde iba a adentrarse Trump a fumigar corriendo graves peligros al hallarse ocultos en la maleza verdaderos expertos en el uso de la cerbatana. Lo malo del pantano es que, desde entonces, no ha hecho sino conceder a Trump la confirmación de su existencia. Las estructuras dinásticas y los profesionales del cotarro washingtoniano aceptaron la declaración de guerra y, después de presumir durante las primeras semanas de una hostilidad fomentada por la cual Trump sólo podía permanecer encerrado en la Casa Blanca -no como Obama, que salía a comer hamburguesas amado por los transeúntes-, comenzaron a ejecutar maniobras que han incluido el aprovechamiento de estrellas del porno y que han terminado por consagrar el nacimiento de un grupo de héroes que actuarían infiltrados en las líneas enemigas y se amparan en una de las palabras más fotogénicas de las acuñadas por el siglo XX: “Resistencia”. A Trump le están tocando La Marsellesa en el café de Rick. A uno puede disgustarle Trump y aun así decir que es un presidente votado al que intentan derrocar por otros medios aquellos que consideran su victoria una anomalía que ha de ser corregida. Y que somos capaces de hacer excepciones a las reglas democráticas cuando el personaje al que no se las queremos aplicar ha sido debidamente retratado como un monstruo excéntrico. “He aquí el Pantano”, dice Trump a sus deplorables.

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