La última línea de defensa frente a Kavanaugh
Más allá de las acusaciones de abusos, los demócratas confían en que su agresividad, partidismo y falta de honestidad impidan su nombramiento
El insólito espectáculo del escrutinio de las andanzas juveniles de Brett Kavanaugh, candidato de Donald Trump al Tribunal Supremo, ha hecho cambiar el trazado de la ofensiva de los demócratas, en su intento por hacer descarrilar un nombramiento que inclinaría a la derecha la balanza de la más alta instancia judicial del país durante una generación. Las acusaciones de agresiones sexuales, sucedidas hace más de 30 años, se han demostrado difíciles de contrastar, y algunos recelan de un ejercicio desesperado de hurgar en el pasado, del que no todo el mundo saldría airoso. Pero la respuesta del juez ante las acusaciones ha puesto en bandeja nuevos argumentos para quienes defienden que Kavanaugh, aquí y ahora, no es la persona adecuada para tan noble magistratura. Su honestidad, su templanza y su independencia política, virtudes que deberían abordar a los jueces vitalicios del Supremo, han quedado, cuando menos, en entredicho.
En un Senado que el partido de Trump domina por apenas dos escaños, todas las miradas están puestas en tres republicanos moderados y un demócrata indeciso. Si las sospechas sobre el comportamiento sexual del juez en su juventud, que una muy limitada investigación del FBI no ha logrado aclarar, no son suficientes para que esos senadores decidan votar contra Kavanaugh, los demócratas confían en que quizá el espectáculo que ofreció al defenderse de las acusaciones ante el Comité del Senado la semana pasada pueda llevarles a decidir que no está a la altura del cargo.
Existen sospechas de que Kavanaugh no fue sincero respecto a su consumo de alcohol en sus años de estudiante: diversos testigos aseguran que este era mucho menos moderado de lo que defiende el juez. También hay pruebas que indican que Kavanaugh tenía una relación social mayor de la que ha admitido tanto con Christine Blasey Ford, la mujer que le acusa de haber intentado violarla, como con Deborah Ramirez, que denuncia que le puso el pene en la cara en una reunión de amigos. El juez, además, aseguró que los testigos que Ford dijo que estaban en la fiesta donde sufrió la agresión “han dicho que esta no tuvo lugar”. Pero lo que han declarado esas tres personas, en realidad, es que no tienen recuerdos específicos de esa fiesta, no que esta no se celebrara.
Más allá de las posibles mentiras, a nadie pasó inadvertido el tono tremendamente emocional y exaltado que tuvo el testimonio de Kavanaugh. Sus agresivas muecas de enfado quedaron inmortalizadas en la prensa de medio mundo. Pasó del llanto a los duros ataques, en ocasiones impertinentes, a sus interrogadores demócratas: llegó incluso a preguntar a una senadora, a la que luego pidió disculpas, si ella había perdido alguna vez el conocimiento por culpa del alcohol.
“No me gustaron sus referencias partidistas ni su tono, particularmente con algunos de mis colegas”, dijo el senador republicano Jeff Flake. Más de 1.700 profesores de Derecho han firmado una carta abierta, que presentaron ayer ante el Senado, en la que defienden que su “agresivo” y “partidista” testimonio es una prueba de que Kavanaugh no tiene el temperamento requerido para ser un juez del Supremo.
Kavanaugh sugirió que la investigación sobre el intento de violación denunciado por Ford es una revancha de los demócratas por las elecciones de 2016 y por su propio papel en la investigación del presidente Bill Clinton (Kavanaugh fue asesor del fiscal especial que inició las pesquisas a los Clinton que derivaron en el proceso de impeachment). Mientras muchos senadores se han solidarizado con el juez, considerando normal la alta carga emocional cuando alguien ve brutalmente cuestionada su reputación, otros temen que la lectura partidista que hace del caso no sea un buen presagio sobre su capacidad para proceder con independencia en los delicados casos en los que debe pronunciarse el Supremo. El propio Kavanaugh, en la primera sesión de su nominación en el Comité del Senado, se quiso retratar como un árbitro neutral de la ley. Y aseguró que el Tribunal Supremo, del que pronto podría convertirse en el noveno juez, “nunca debe ser visto como una institución partidista”.
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