Poco a poco se van leyendo con más calma los textos del extenso documento que conforma el nuevo tratado comercial entre Estados Unidos, Canadá y México.
Ya han empezado a surgir, como era de esperarse, contrapuntos respecto a lo que acordaron las tres naciones. Y, también reclamos de quienes sienten que salieron perdiendo en la negociación.
Era lógico, y eso pasa siempre, como ocurrió en 1992-93, al firmarse el Tratado original.
Por ejemplo, hay que comenzar con el tema del nombre.
Para Donald Trump era imprescindible quitarle la referencia al “free trade”, un término que en nada le acomoda porque considera que el libre comercio ha sido un “comercio injusto” para Estados Unidos.
A la hora de hacer las cuentas, habrá diversos sectores que digan con toda la razón: estábamos mejor con el TLCAN vigente.
Y eso pasará en las tres naciones, aunque predominantemente en México y en Canadá.
No es causal que haya sido Estados Unidos el promotor de la revisión del Tratado.
Pero hay que hacer el análisis que algunos llaman “contrafactual”.
El hecho es que se llegó a un acuerdo.
Imagine el escenario en el que estaríamos si no hubiera existido tal acuerdo. Si a estas alturas estuviéramos con la duda de si el Congreso de EU iba a aceptar un tratado bilateral, sólo entre México y EU.
O, remontándonos más atrás, imagine lo que hubiera ocurrido si en abril de 2017 no se hubiera logrado evitar que Trump hubiera enviado la notificación de salida de EU.
Es muy fácil pensar que de una u otra manera se hubiera logrado el acuerdo y que estaba asegurada la estabilidad financiera.
Lamentablemente no es así.
La única razón por la que se evitó una hecatombe económicaes por la suma de esfuerzos realizada por personajes en Estados Unidos y por el trabajo de funcionarios y empresarios mexicanos.
Sin embargo, cuando hay desenlaces como el que tuvimos el domingo pasado, es fácil perder la perspectiva.
Se piensa quizás que, de una u otra manera, era inevitable que se alcanzara un acuerdo.
No. No es así.
Más vale que nos acostumbremos a considerar realmente los escenarios posibles pues de lo contrario podemos imaginar que las cosas se arreglan solas, sin un trabajo inteligente y determinado.
El nuevo acuerdo comercial regional al que se llegó ofrece estabilidad y certidumbre, más allá de algunos costos específicos que tendrán que pagarse por parte de algunos sectores.
La perspectiva para el gobierno de AMLO cambió radicalmente. Sin acuerdo, el arranque hubiera sido tormentoso.
Debe aprenderse la lección. Todavía no ha comenzado el nuevo gobierno. Si, por ejemplo, se optara por cancelar el proyecto de Texcoco para el NAIM, el costo sería muy elevado.
Sin embargo, es factible no hacerlo, aun y cuando se abarate el costo del proyecto y se busquen esquemas para que no haya dinero fiscal involucrado.
Ni el crecimiento ni la estabilidad están asegurados. Mucho menos la equidad.
Necesitamos trabajar, como se hizo en la negociación con EU y Canadá, pero en muchos más frentes.
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