The Central American Caravan As a Regional Occurrence

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Aunque se resuelva el enigma de quién presta el apoyo efectivo a las dos sucesivas caravanas, que por televisión se ven constituidas en su mayoría por gente no harapienta, sino razonablemente vestida, el hecho es que los que más sufren en la quilométrica marcha son los que no están afiliados a ningún movimiento de resistencia y por ello carecen de todo apoyo.

El reto que esta caminata de esperanzas nos plantea no es fácil de resolver. La marcha da razón a Trump en cuanto a que una migración sin control es un peligro que da pie a su reacción de militarizar su frontera sur y negar toda entrada a los ilegales.

El asunto es en realidad una jugada de varias bandas: contra el capitalismo depredador, contra los gobiernos ineficientes culpables de la pobreza y de la ignorancia, y al mismo tiempo, una confirmación de la importancia y el verdadero poder de los movimientos populares que, sin ofrecer soluciones viables e inmediatas a sus reclamos, se especializan en tender trampas a las autoridades.

La marcha trae a nuestras puertas los dramas que hemos presenciado por televisión en las costas de Italia, las fronteras de Alemania, España y Hungría y las inenarrables tragedias de Siria y de Yemen. Estamos, ahora, en la necesidad, no sólo obligación, de responder con la solidaridad y compasión que hemos exigido a lo largo de los años a las autoridades y al pueblo de Estados Unidos para nuestros emigrados.

Afortunadamente, la entrega desinteresada de cientos de familias mexicanas a lo largo de los

caminos de la marcha está probando una vez más la calidez del ánimo mexicano para con el desvalido.

El de las organizaciones sociales, tanto nacionales como internacionales, las iglesias con sus admirables actos de caridad, al igual que los esfuerzos oficiales son ejemplares.

El gobierno intenta organizar la marejada humana documentando en lo posible la situación migratoria de cada individuo. La posibilidad de pedir asilo en México está abierta como también el trámite de internación formal para encontrar trabajo, aunque sea temporal como lo ha señalado AMLO. Es en esta opción que podríamos incorporar a nuestra economía a cientos de inmigrantes centroamericanos, primero a nuestros campos y luego a nuestras pequeñas y medianas Pymes.

México tiene mucha experiencia en tratar a los centroamericanos que han huido de las violencias de todo tipo, igual de las mafias que de los regímenes militares. Los estados del sur han recibido miles de refugiados y por ello, afortunadamente, contamos con estructuras para repetir, en números semejantes a los de antes, programas solidarios. Desde luego, se requiere de un mínimo de tiempo para echarlos a andar.

El problema de qué hacer frente a la realidad de miles de hermanos latinoamericanos que llegan en necesidad de ayudas y apoyos, no sólo es nuestro. El hecho de que quienes marchan quieran entrar a Estados Unidos hace elemental el que ese país comparta con nosotros la implicación económica de los programas que se requieren. Es tarea del gobierno entrante de México negociar con el de Trump el reparto equitativo de la carga dejando en claro que la intensidad e inmediatez del problema es por culpa de la cerrazón de las políticas migratorias norteamericanas.

Es momento de hacer que la relación que se estreche cada vez más entre México y los Estados Unidos, pese a las disonancias del salón ovalado, dé pie a que la cuestión migratoria que ahora nos ocupa sea atendida como un asunto regional. Nuestra comunidad histórica con los países del istmo se beneficiará de que el vecino del norte aplique recursos, en lugar de desprecios, a la labor de desarrollo socioeconómico que a todas luces es la tarea que urge cumplir.

El drama de la pobreza aumenta en el mundo. En lugar de hostigar y distanciarse de soluciones solidarias, el Presidente de Estados Unidos debe dar otro giro a su política y enfocarla hacia la prosperidad no sólo de su país, sino de toda la región, cuya pobreza es el origen de sus estrujantes caravanas.

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