Este es un extraño centenario. También hace un siglo, el 4 de diciembre, el presidente Woodrow Wilson embarcaba en Nueva York en el USS George Washington,un transatlántico de la marina estadounidense que había servido durante la guerra europea como transporte de tropas. Fue el primer viaje presidencial a Europa y el de estancia más prolongada, seis meses, donde se convirtió en el político más popular del mundo.
El último, el de Donald Trump este fin de semana, a bordo del Air Force One, durará apenas unas horas, las justas para asistir a los actos de conmemoración del centenario del final de aquella contienda que inauguró los horrores del siglo XX y echó los primeros cimientos de la futura relación transatlántica, el elegante eufemismo que denota la intervención y la hegemonía de Estados Unidos en la parte occidental del continente europeo.
Se diría que la distancia entre ambos es sideral. Un jurista y universitario el primero y un inculto especulador inmobiliario el segundo. Símbolo del idealismo el uno y del crudo poder del dinero el otro. Si uno estaba dispuesto a abrirse al mundo y a liderarlo, el otro prefiere aislarse y recuperar la grandeza que supone perdida para su país. Aquel imaginó el gobierno mundial, mientras este es como los aislacionistas que cerraron el paso al sueño wilsoniano.
De cerca, bajo la lupa del carácter, hay observadores que señalan semejanzas. La historiadora Margaret MacMillan indica “la propensión de Wilson, tal vez inconsciente, a hacer caso omiso a la verdad”. Si Trump exhibe sus malos modos ante los periodistas, Wilson “perdía los estribos con frecuencia”. “Odiar se le da muy bien”, señalaba su jefe de prensa. Otro historiador, Evan Thomas, señala su común “estilo intransigente”.
Wilson dedicó muchas energías a Europa, pero fracasó. La paz que surgió de los tratados de Versalles no fue duradera. El desequilibrio del nuevo orden engendró una nueva guerra, más terrible todavía. El presidente estadounidense vino a buscar consensos y sembró disensos. Su principio de las nacionalidades ofrece un balance desigual e incluso amargo un siglo después, cuando los nacionalismos resquebrajan de nuevo el orden europeo. A Trump poco le importa. Ni siquiera participará en el Fórum por la Paz organizado por Macron en París como culminación del centenario de la Gran Guerra. Pudo quedarse en casa, en vez de celebrar el centenario de aquella primera intervención militar en Europa y del principio de una estrecha amistad geopolítica. Su presidencia cierra el siglo transcurrido con un portazo.
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