Todos conocemos este episodio vergonzoso. El periodista disidente saudí Jamal Kashoggi fue asesinado en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía. Un informe de la CIA señala al príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman (amigo del presidente estadounidense), como autor intelectual del crimen. Trump lo ha defendido a capa y espada. Y, desafiando cualquier precedente, de manera enfática, ha hecho valer sus argumentos.
Mi punto: Donald Trump es un presidente atípico: desconfiado de todas las instituciones, zafado, incauto, intempestivo. No sigue protocolos; regaña a amigos y aliados. Y, ante el caso de Khashoggi, dijo, abiertamente (y contrario a lo que estipula el interés nacional y sostiene la opinión pública estadounidenses), que no condenará -mucho menos sancionará- al príncipe de Arabia Saudita, un aliado importante de Washington. Porque si lo condena, lanzarían al régimen saudí a buscar apoyo de China o Rusia. ¿Esta postura estratégica es válida?
La cuestión es que todo el establishment norteamericano está exigiendo sanciones y una fuerte condena al régimen saudí. Y entre los que propugnan por una postura así, hay representantes y senadores -de ambos partidos-, exfuncionarios de Gobierno, lobistas, periodistas, influyentes.
Trump no es que se haya hecho de la vista gorda. Claramente, en un tuit, sentenció que la Central de Inteligencia Norteamericana no había concluido nada en cuanto a quién mató a Khashoggi. Además, confirmó haber hablado con el príncipe Salman -supuesto autor intelectual-; y éste le aseguró que “no tuvo nada que ver en el asesinato del periodista”.
El año pasado Washington le vendió 2.5 billones de dólares en armamento al régimen de Ryad. Ello equivale al 61% del total de las armas que compraron los sauditas. Y la potencia peninsular no solo le compró a Estados Unidos; también lo hizo con otros 10 países de Europa, Asia, Norteamérica y África.
Además, Arabia Saudí es un fuerte adversario al régimen de Teherán. Y aunque no esté a favor de Israel (el mayor aliado de Washington en el Medio Oriente), ha sabido acomodarse prudentemente con Occidente, sin enfrentar torpemente al Estado israelí. Y con Turquía (hoy un aliado circunstancialmente distante de EU), se tragan pero no se mastican. Pero, el gobierno turco está demandado sanciones contra los saudíes.
Trump fue claro. No impondrá sanciones a Arabia Saudí. Esto revela: 1) le importan más los aliados cuestionados que los correctos, aunque sepamos que los primeros sean inaceptables; 2) debe primar el interés pecuniario para Washington, según Trump -hay relatividad en cuanto a valores democráticos, derechos humanos y libertades; 3) la relación entre Washington y Riad es frágil; pues, si hubiere sanciones fuertes, Riad se lanzaría, consecuentemente, en los brazos abiertos y extensos de Moscú o Beijing, los mayores adversarios hoy de Estados Unidos.
¿Qué debería primar?
El exfuncionario Leon Panetta, en una entrevista con Christiane Amanpour, de CNN, dijo: “Si [Washington] no le impone sanciones al régimen Saudí, estaremos enviando un mensaje equivocado al mundo: que cualquier aliado puede violar los derechos humanos, y no sucede nada”.
El pensador político italiano Nicolás Maquiavelo fue el primero en decirnos que hay dos tipos de moral: la privada y la pública (concretamente, la de los asuntos del Estado). El filósofo letón, Isaías Berlín, sostenía que en política, dos o más valores pueden entrar en conflicto. ¿Es este el caso para Washington?
Volviendo a la atipicidad del presidente norteamericano -que alaba a dictadores pero descree de amigos y aliados-, no ocurriría así con sus pares europeos. No sería posible que Emanuel Macron dudara de los informes del organismo de seguridad francés (La Sûrete Nationale); tampoco ver a la primera ministro Teresa May desconfiando del M-16; mucho menos a Vladimir Putin cuestionando reportes de la KGB. Pero, Donald Trump sí desconfía de magistrados, jueces, congresistas, gobernadores, alcaldes, republicanos, periodistas.
¿Tiene razón Trump -sabiendo que no se puede perder, para el interés de Washington- a un aliado importantísimo del conflictivo Medio Oriente?
Sin dudas, Trump confirma así su origen empresarial. Estos, usualmente (¡No todos!), reaccionan con más prontitud a los intereses materiales: ganar, arriesgar poco, hacer plata.
¿El presidente Donald Trump considera el interés estadounidense solo en torno a ganancias y dinero? ¿Para él, el liderazgo de Washington yace en su poderío o en los valores que la nación norteamericana preconizó y pregona desde 1776? ¿Qué sustenta mejor al liderazgo político de una potencia?
Si no se sanciona a Bin Salman, aunque “sea” aliado de Washington, cundirá el pésimo ejemplo para los pueblos que aman la justicia, la democracia y las libertades.
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