No hay que ser genio electrónico para entender que Facebook es una compañía éticamente reprobable.
¿Está usted entre quienes nos preguntamos si deberíamos terminar con Facebook ante el reguero de recientes escándalos que demuestran el daño que hace?
Cada nueva revelación muestra la hipocresía de la megaempresa que, bajo la apariencia idealista de ‘servicio social’, oculta un retrato de abusos, codicia desmesurada, disimulo corporativo y concentración de poder.
Más de 250 páginas de mensajes internos entre directivos de la compañía, publicados como parte de un juicio en Londres, prueban que Facebook no solo se enriquece vendiendo la información personal que los usuarios le suministran gratuitamente, para usos publicitarios y otros menos claros, sino también dando acceso preferencial a los socios más lucrativos, como Netflix y Airbnb, mientras elimina los que percibe como amenazas.
No hay más dudas de que Facebook ha jugado un papel significativo en la erosión de la democracia en el mundo: ha sido utilizada para cultivar violencia étnica y sectaria en países como Nigeria, Alemania, Egipto, India y Sri Lanka, y para distribuir propaganda de grupos supremacistas, antisemitas y de partidos extremistas. Las Naciones Unidas han denunciado a Facebook por su participación determinante en la diseminación de mensajes de odio contra la población rohinyá, en Birmania, que resultó en genocidio y limpiezas étnicas.
Facebook es uno de los mayores agentes de circulación de noticias falsas, y es bien conocido el papel que tuvo en la manipulación rusa de propaganda en la campaña política que llevó a Donald Trump a la presidencia. Sin Facebook no habría Trump.
Una de las crisis más grandes en la historia de la compañía ocurrió el mes pasado, cuando se descubrió que había reclutado un grupo de investigación de ultraderecha para diseminar información negativa contra el inversionista y filántropo George Soros después de que él pronunció un discurso en el World Economic Forum, en Davos, denunciando el poder de las redes sociales, especialmente Facebook y Google, por sus “consecuencias adversas de largo alcance sobre el funcionamiento de la democracia y en particular sobre la integridad de las elecciones”.
La lista de abusos y mentiras sigue y sigue, y no hay que ser genio electrónico para entender que Facebook es una compañía éticamente reprobable. Probablemente muchos usuarios piensan que, como solo la usan para poner fotos de sus mascotas o de sí mismos y hacer comentarios sobre las fotos que otros publican, pues nada de eso les atañe.
Quizás los abusos a nivel operacional no los afecten, pero esos no son los únicos daños. Facebook no solo consume tiempo y es adictiva sin dar resultados productivos, sino que induce a depresión, exacerba ansiedad y disminuye la autoestima.
Una investigación ordenada por el propio Facebook mostró una “consistencia impresionante” entre el estado de ánimo y el tiempo pasado en la red, y concluyo que es alienante y afecta negativamente el bienestar de los usuarios.
La actitud de Facebook y sus directivos, como tantas compañías multimillonarias cuya ética está en cuestión, es embolatar, negar, disimular, esconder. Los mensajes internos muestran que la imagen promovida durante años, de ser una empresa dedicada a “acercar al mundo”, es una cortina de humo para ocultar la carrera por crecimiento a cualquier costo.
La presión internacional es enorme para que los gobiernos empiecen a producir legislación a fin de controlar las redes sociales y Facebook particularmente. Pero eso va a tomar tiempo, si ocurre, dados el inmenso poder y los aún mayores intereses económicos que han amasado. O sea que está en manos de los usuarios. Si no está listo para terminar la relación con Facebook, al menos póngale límites, muchos límites.
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