Dos semanas después de iniciado, el cierre parcial del gobierno estadounidense aparecía sin resolución ni perspectivas de ello.
Es de lejos el más largo cierre de gobierno del que se tenga memoria, y uno que por lo pronto presagia el tipo de gobierno que espera a los estadounidenses los próximos dos años.
Fuegos artificiales y choques constantes.
En el eje del problema están las posiciones encontradas en torno al financiamiento de la murallaque el presidente Donald Trump propone erigir en la frontera con México. Pero el muro se ha convertido, más bien, en una metáfora de la polarizada situación política estadounidense. Para Trump y los grupos que lo apoyan, la pared es un sinónimo de defensa y en cierta forma de seguridad no sólo contra inmigrantes indocumentados, sino contra migrantes en general y los cambios sociales y económicos que acarrean.
Para los críticos de Trump, la pared tiene implicaciones racistas, autoritarias y regresivas. “Es la línea que usa en los mítines; es simple. Por supuesto es ineficiente, pero es un gran tema para el Presidente”, dijo Charlie Sykes, comentarista de la estación MSNBC al subrayar que la respuesta de la derecha conservadora ayuda a endurecer la posición del mandatario.
La situación es similar en el lado demócrata, que inician el año con una recién conquistada mayoría en la Cámara baja y con lo que consideran como un mandato de oponerse a Trump y sus medidas hasta la última consecuencia. En otras palabras, no parece haber campo ni voluntad para negociación.
De hecho, los demócratas acusan a Trump de haber rechazado propuestas que incluían financiamiento para seguridad fronteriza, pero no los 5.6 mil millones de dólares que el mandatario exige para una muralla que según se espera, costará finalmente más de 25 mil millones de dólares y es considerada como una solución cruda, ineficiente y fuera de lugar para los problemas de migración y seguridad que pretende enfrentar.
Se puede alegar tranquilamente que Trump obedece a lo que escuche en la extrema derecha que lo apoya. Los demócratas, a lo que oyen de las bases liberales y de minorías étnicas que forman su coalición.
El hecho es que se trata de un forcejeo brutal entre el Poder Ejecutivo y una Cámara del Legislativo que tiene sobre todo un poder: el de la bolsa, o sea aprobar o rechazar los gastos que propugne el ejecutivo. Se trata, en todo caso, de un choque que incluye desde personalidades hasta ideología y el apoyo de grupos que el otro considera como extremos.
Para complicar más las cosas, el panorama incluye el inicio real de la campaña presidencial de 2020, en la que Trump buscará la reelección con base en temas tan divisivos como la muralla. La respuesta de los demócratas es predecible: oposición a toda costa.
Ganará quien acabe por ser menos irritante para los estadounidenses.
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